Esta debe ser la película española que más me ha sorprendido. No esperaba disfrutarla tanto así como, después de tantos años, todavía recordarla. Desde el minuto uno y hasta el final, no podía despegar la vista de la pantalla. Estaba cautivado por Manuela Velasco (la protagonista) y fascinado por esta historia de una reportera primeriza que acude a un cuerpo de bomberos para mostrarnos lo que otros hacen mientras nosotros dormimos. Una premisa así de vacua que se va desarrollando de la manera en que se va desarrollando para, tras algo más de setenta minutos, sumergirnos en una noche absolutamente demencial donde el humor absurdo, los sustos inesperado y la sensación de claustrofobia están tan bien entrelazados que, era qué no, terminó siendo una franquicia y, como ocurre con todas las películas exitosas del mundo que no fueron hechas en Estados Unidos, terminan teniendo un remake hollywoodense (en este caso dos) de dudosa calidad.
Paco Plaza y Jaume Balagueró (los directores de la película) se titularon de maestros por aquel tiempo y esperable era que nunca pudieran superarse así mismos con sus proyectos posteriores (juntos o por separados). Es una película de esas que terminas disfrutando aunque lo tuyo no sea el terror o la comedia negra. Un absorbente registro en el que, sólo tiempo después, puedes diferenciar lo que es real de lo que no lo es. Hubo otros referentes antes y los ha habido después, pero esta película española, de bajo presupuesto y visualmente desagradable, tiene algo que no tiene ninguna otra obra que apunte a lo mismo.
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