Comenzaré por mi abuela materna; una flor
del campo trasplantada a la mala a un macetero que nunca la pudo contener del
todo en la ciudad. Fue madre de a lo menos doce crías y esclava por décadas de
un trabajador y poco cariñoso patrón…marido perdón.
Mi
abuela paterna pasó por este mundo casi sin hacer ruido. Acumuladora tanto de
recuerdos como de objetos, sabia como muy pocas; vivió siempre muy sola. En sus
piezas (no le conocí nunca una verdadera casa) estaba siempre arrumbada junto a
sus muñecas, juguetes, papeles marchitados que fueron importantes en otro
tiempo y de cuadros con fotos de personas que ya no estaban.
Mi tercera abuela es la madre de mi medio
padre. De ella me quedó su tremenda lucidez, sus finos modales y su rico
lenguaje (aunque mi madre cuenta que cuando se trataba de ofender, había muy
pocas capaces de hacerle frente).
Los hombres ausentes son una constante en
la historia de mis abuelas, de mi madre y de mis propias hermanas. Salir
adelante también es su rasgo de raza. Ellas podían y pueden ser muy cariñosas
si se lo proponen, pero de ningún modo son damiselas a las que haya tenido que
rescatar alguna vez un hombre de peligro alguno. Hubo y ha habido hombres a lo
largo de sus particulares historias, pero la parte importante de aquellas
historias las han sabido escribir ellas sin demasiada ayuda.
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