
Hace algunas semanas leí en un diario de la capital una crónica que pretendía explicar que recientes estudios demostrarían que aquella antigua teoría de que el dinero no hace la felicidad no es tan cierta. Este estudio intentaría probar que los planteamientos del economista Richard Easterlin estarían al menos interpretativamente, mal enfocados. Los autores del estudio son Betsey Stevenson y Justin Wolfers, economistas de la universidad de Harvard.
El estudio no hace sino confirmar lo que ya es una realidad innegable, muchos son lo que tienen. La felicidad se mide hoy en relación a tener, ascender, y a ser reconocidos como más. Más lo que sea; más altos, más bellos, más y mejor vestidos y entonces cuando logramos eso, sentimos aquella satisfacción en el centro nervioso de nuestro cerebro (en la universidad de Bonn, Alemania, recientemente se ha comenzado a estudiar al respecto) y definimos aquello como felicidad.
Los recientes estudios muestran además facetas no poco curiosas, como por ejemplo que algunas personas no precisamente necesitan ganar más dinero para ser felices; les basta con ganar más que sus cercanos para sentirse felices. Otros sustentan su felicidad en base a que al otro le vaya mal (qué pena por ellos) como notaran aquello de la felicidad sigue siendo subjetivo.
En países donde cada vez crece más la brecha entre los ricos y los pobres como los de América latina la ambición por poseer más es una necesidad auto impuesta. Ya en otras entradas he comentado acerca de la compleja relación entre los que con mucho, poco o nada de esfuerzo han conseguido tener bienes materiales versus los desechados por la sociedad que lo único que han logrado es un odio injustificado y un pestilente resentimiento para con los que tienen algo que quitarles. Entonces se nos presenta la sobre comentada dinámica del crecimiento de la delincuencia. Este crecimiento es hasta lógico cuando todos creen que en tener bienes está la felicidad.
La felicidad habita algunos breves instantes de nuestra existencia. Poco o nada tiene que ver con estudios universitarios. La comprende y la vive el que puede reconocer todo lo que el mercado ofrece y que no le es necesario para poder vivir. Aquel que valora a sus hijos y no los muebles que ellos rompen, el que no tiene miedo de dar, aquel que tiene ojos para ver que no todos tienen y que muchas veces tenemos más de lo que realmente necesitamos y podemos sin necesidad de campañas publicitarias compartir un pedacito de nuestra propia felicidad.
El estudio no hace sino confirmar lo que ya es una realidad innegable, muchos son lo que tienen. La felicidad se mide hoy en relación a tener, ascender, y a ser reconocidos como más. Más lo que sea; más altos, más bellos, más y mejor vestidos y entonces cuando logramos eso, sentimos aquella satisfacción en el centro nervioso de nuestro cerebro (en la universidad de Bonn, Alemania, recientemente se ha comenzado a estudiar al respecto) y definimos aquello como felicidad.
Los recientes estudios muestran además facetas no poco curiosas, como por ejemplo que algunas personas no precisamente necesitan ganar más dinero para ser felices; les basta con ganar más que sus cercanos para sentirse felices. Otros sustentan su felicidad en base a que al otro le vaya mal (qué pena por ellos) como notaran aquello de la felicidad sigue siendo subjetivo.
En países donde cada vez crece más la brecha entre los ricos y los pobres como los de América latina la ambición por poseer más es una necesidad auto impuesta. Ya en otras entradas he comentado acerca de la compleja relación entre los que con mucho, poco o nada de esfuerzo han conseguido tener bienes materiales versus los desechados por la sociedad que lo único que han logrado es un odio injustificado y un pestilente resentimiento para con los que tienen algo que quitarles. Entonces se nos presenta la sobre comentada dinámica del crecimiento de la delincuencia. Este crecimiento es hasta lógico cuando todos creen que en tener bienes está la felicidad.
La felicidad habita algunos breves instantes de nuestra existencia. Poco o nada tiene que ver con estudios universitarios. La comprende y la vive el que puede reconocer todo lo que el mercado ofrece y que no le es necesario para poder vivir. Aquel que valora a sus hijos y no los muebles que ellos rompen, el que no tiene miedo de dar, aquel que tiene ojos para ver que no todos tienen y que muchas veces tenemos más de lo que realmente necesitamos y podemos sin necesidad de campañas publicitarias compartir un pedacito de nuestra propia felicidad.
Felicidad.
ResponderEliminar1. f. Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien.
2. f. Satisfacción, gusto, contento. Las felicidades del mundo.
En definitiva la felicidad toma una connotación diferente en cada situación de nuestras vidas, no podemos excluir a ninguna ya que ambas son parte de lo que nos toca vivir y disfrutar, cuánto más quisiera yo que mi felicidad se redujera solo a la segunda definición de la Real Academia pero en este mundo en el que estoy inserto/a me obliga a adquirir bienes materiales, que si bien no son los más importantes, pero necesarios para que "me puedan aceptar" en un medio con tantas significancias materiales: -"que ayer compré ollas de última generación, y yo me compré un departamento junto al tuyo, asi es que seremos vecinas, ¿qué te parece si nos compramos tales trajes para tales ocasiones?.... Así es... y debemos tener esta tolerancia de escuchar y escuchar en un medio que se dice muy humanizado y disfrazamos con caretas de buenas personas pero no somos capaces de mirar a nuestro lado y no darnos cuenta que la o el que está al lado carga con una tremenda infelicidad que arrastra durante tanto tiempo. Pero eso como no importa nos podemos expresar en un espacio como este que tú has creado para nosotros, los excluidos con máscaras que son necesarias para que seamos aceptados.
Muy bueno tu aporte a esta entrada. Ojalá sigas siendo siempre asi de irreflexiv@.
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