Ayer no más leía en un periódico (diario les llamamos en nuestro país) una crónica (muy breve, por cierto) acerca de un encuentro entre soldados de Israel en el cual se supone reflexionarían acerca de los alcances que para sus vidas tuvieron las más recientes operaciones militares en territorio palestino.
De experiencias, nada, lo que se dieron fueron confesiones a medio camino entre la certeza del deber cumplido y el arrepentimiento. Contaban algunos de estos soldados como habían recibido la orden de parte de un superior de dispararle en la calle a una anciana palestina que iba caminando a cien metros de ellos o de cómo un francotirador, obedeciendo irreflexivamente ordenes le disparó a una mujer y a sus dos niños porque se les había ordenado caminar hacia la derecha y ellos caminaron hacia la izquierda.
Leía no sin la ya asumida indignación ante estos actos de imbecilidad humana, preguntándome como ya lo he hecho tantas veces ¿por qué los uniformes tienen aquel efecto irracional en los humanos? Los relatos no terminaban ahí; recordaban además como allanaban las casas de los habitantes de la franja de Gaza asesinando a quién encontraran y como ustedes comprenderán, las personas que gozan de buena salud huyen de estos territorios cuando hay operaciones militares, por lo tanto los obedientes soldados se encuentran con ancianos y ancianas, niños y enfermos y por supuesto, cumpliendo ordenes lo asesinan en el acto.
Esto que les cuento no es una invención, para los soldados de Israel toda persona que se quede en Gaza es un terrorista y debe ser aniquilado. Ya sé que no es políticamente correcto tomar partido en estas cosas, que los palestinos pueden ser acusados de terroristas por no resignarse a que les nieguen su independencia e incluso distanciarse de lo que hacen los grupos extremistas que luchan por esa libertad lanzando cohetes a quien reacciona invadiendo con la caballería pesada a personas que no tienen para sí sino su pobreza, pero ¿cómo no sentir algo cuando se leen estas cosas…?
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