Un día de tantos apareció en nuestro pueblo chico un hombre muy adinerado. Era el alma de todas las fiestas. Daba más que nadie en la misa, por donde iba, repartía dinero y vestía en todo momento con ropa tan cara como exagerado era su peinado. Lo veíamos aparecer en todas partes porque a él le gustaba que lo vieran y necesitaba como pocos llamar la atención y lo hacía
entre los que pensaban que con dinero podía comprarse cualquier cosa.
Al comienzo había un ejército que lo seguía; querían ver como era de cerca, muchos pensaban que si lo tocaban se contagiarían de su buena suerte, algunas mujeres le llevaban niños recién nacidos para que los bendijera con sus regordetas manitos cubiertas de anillos de oro. Lo miraban sonreír, mover seguro su pelo al viento preguntándose no pocas veces ¿cómo sería ser tan millonario?
Algunos lo habían conocido cuando no era nadie; era un hombre orquesta que de vez en cuando hacía su espectáculo en la plaza de nuestro pueblo; ya entonces buscaba llamar la atención con su pelo largo y rizado y sus camisas con brillo y lentejuelas. En aquel tiempo a nadie la parecía un hombre interesante (y él lo sabía) , solo un ocioso que malgastaba su tiempo tocando un par de tarros y un órgano de mala muerte. Pero desde que se había casado con la hija de un hombre adinerado y había recibido una importante herencia, empezó a tener forma su figura hasta entonces casi invisible. Administró el dinero de otros, lo hizo producir bien, formó sociedades y luego volvió a hacer lo que más le gustaba hacer; llamar la atención. Lo hacía de la mejor manera que él lo podía hacer; regalando dinero. Pues su alma noble ansiaba compartir la riqueza con los que en espíritu eran como él y les quería demostrar a quienes lo habían menospreciado, que el dinero nos hace gente.
En un comienzo, por supuesto que llamó la atención; muchos hablaban de él; pero en nuestro pueblo chico pocas cosas son para siempre. Las personas que lo habían seguido curiosos y ambiciosos, se cansaron de ver que nunca se le acababa el dinero que regalaba, que a ellos nunca les tocaba recibir ni un solo billete y que como si fuera poco lo habían invitado al festival del verano solo porque podía comprar un poco de aparente éxito y hasta lo habían dejado tocar su pésima música y cantar, cuando todos sabemos que los millonarios cantan muy desafinado.
Como era de esperar el hombre adinerado se cansó de tanta envidia, de que los medios lo perjudicaran, porque no era que él fuera un hombre sin clase pero con dinero, sino que este era un pueblo donde habían seres malos que ridiculizaban su bondad, entonces decidió trasladar sus actos que ya a nadie le llamaban la atención a un pueblo más grande, donde él no era nadie, comparado con otros que si tenían dinero. No como en nuestro pueblo chico, donde cualquiera que pudiera ostentar lo que la mayoría envidiaba, era una efímera celebridad.
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