Hace muchos años estas fechas no tenían para mí mayor importancia. Una comida forzada a lo más. Pero recuerdo un año en que todo fue distinto. Nos juntamos varios de los compañeros que éramos por entonces y cargando algunas cajas y bolsas, decidimos ir una noche hasta una toma junto a la línea del tren en un sector marginal. No es preciso describir aquello que las personas que habitaban allí llamaban casa, basta con escribir habitaban en vez de vivían. Los niños, no recuerdo haberlos visto alguna vez más lindos, y eso que no vestían para la ocasión. Jugaban en un carretón abandonado junto a unos cerros de basura, cartones y latas. Había un anciano con el cual conversamos mucho, mucho tiempo; era sabio a la vez que humilde. También había mujeres que hervían el agua para ofrecernos una taza de té o pelaban tomates para hacernos una ensaladita.
Ellos no nos conocían ni nosotros a ellos los conocíamos pero aquella noche nos hacíamos compañía. Ellos tenían niños, ancianos y mujeres y nosotros la misma cosa. Cuando comíamos pan con tomate y bebíamos el té llegaron varios hombres, bordeaban los treinta o cuarenta años, nos saludaron fueron a un pilón, se quitaron de encima la tierra y el sudor, se peinaron y se unieron a la mesa. Los niños jugaban alrededor nuestro y los adultos conversábamos acerca de nuestras vidas. Después de comer les entregamos algunos regalos que traíamos, ellos nos regalaron algunos cachivaches que habían guardado con el fin de dárselos a alguien algún día.
Los niños corrieron con nosotros hasta el muro que separaba su mundo del que brillaba cubierto de luces, yo abracé y le di un beso al más pequeñito. No cruzaron la pared sino hasta perdernos de vista. Nosotros caminamos juntos solo algunas cuadras más, luego nos despedimos y cada uno siguió su camino sabiendo que estas fechas no son nunca para todos lo mismo, depende de nosotros…La felicidad es algo tan subjetivo.
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