
Es curioso; en pocos días me he encontrado con la siguiente reflexión dos veces y en medios de comunicación dispares: "Cuando una persona pierde a su madre o a su padre es huérfana, cuando una persona pierde a su esposo o esposa es viudo o viuda…pero es tan dolorosa la carencia que aún no somos capaces de darle un nombre a la persona que pierde un hijo".
Más de alguno de nosotros ha pensado en el niño o la niña que en la escuela debe sufrir la enorme pena de hacer una tarjeta o alguna chuchería para una madre que no está ó como la fría ley del mercado nos empuja hacía los escaparates porque al menos un engañito hay que llevarle a la viejecita. Pero pocos han pensado en aquellas que van por la vida con un pedacito ausente de sí mismas. He conocido al menos a tres madres que ni con la muerte de por medio han dejado de serlo.
Mi madre me conversa de lo terrible que es vivir este día sin una madre, que uno no la valora sino hasta que está ausente, y yo le invito tan solo a empatizar con aquellas mujeres que en estos días no tienen a aquel hijo o hija que alguna vez tuvieron o esperaron tener para sencillamente abrazarles. Celebrar algo que debiese ser de todos los días, algo que no termina nunca de calzar con los abandonos que a veces mujeres inmaduras no comprenden que serán de por vida.
El amor de una madre no tiene comparación, tampoco tiene medidas cuando se trata de dar a aquellos que fueron y son parte caminante de sus propias existencias. No le puedes ir con cuentos a una madre, ella siempre sabe cuando andas triste o si te aquejan los problemas; ella es capaz de leer en tus ojos el miedo y conoce los secretos que destierran de ti la fiebre y las enfermedades por tozudas que éstas sean. Va contigo hasta el último de sus días y si por algún mal azar del destino tus caminos y los de ella se distancian; ten por seguro que ella sabrá como encontrar la senda que al final de este viaje los reencuentre.
No se debe perder el tiempo; si se la tiene, debe de visitársele y compartir aquellas onces que en el mundo no tienen igual. Se debe buscar aquella caricia en el pelo que había quedado perdida allá por la infancia y perderse en esa húmeda mirada que sin ser sol para siempre nos alumbra. No se debe perder el tiempo, por difícil que sea o haya sido la relación; una madre siempre es una madre y podemos siempre aprender de ellas. No se podrá explicar jamás el porque de ese lazo que a ella nos ata.
No he querido jamás pensar en que este sea el día de la madre, ni de niño, ni ahora que soy bastante adulto. Me resisto a creer que con regalos se pueda compensar todo lo que el resto de tus días o de tus años perdiste. Porque sea como sea la relación que se tenga con la madre, de ella siempre algo se aprende. Ella aunque ya no esté vive para siempre en nuestros actos y nuestros gestos.
Permítanme para terminar recordar este y todos los días los altos y nobles ejemplos que recibí de mi madre, la incondicionalidad con que mi amada ruiseñora vela por nuestra hija, la devoción con que la madre de esa misma ruiseñora cuida no solo de sus hijas, sino también de sus nietas, a mis hermanas que día a día algo nuevo aprenden de tan bello destino aquel de ser madres y con especial cariño a aquellas madres del día que no termina jamás…al menos, no hasta que puedan volver a besar a sus hijos por tan largo tiempo ausentes.
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