Había una vez un pueblito chico que por vender gran parte de sus recursos naturales se figuro que era rico. Las personas que en él habitaban cayeron en el error de creerse mejores que las personas que habitaban los pueblos vecinos; es más, las personas de los pueblos vecinos creyeron de verdad que la cosa en este pueblito chico pero adinerado podía ser mejor y con lo puesto cruzaron la frontera para aceptar hacer el doble de trabajo por la mitad de la paga. No era algo nuevo, ya desde hace muchos años dos pueblos vecinos más al norte habían jugado este maquiavélico juego del corre que te pillo.
Un pueblo que imita a otro pueblo no es un pueblo en el que se pueda confiar - Decía mi abuelo Cipriano- y este pueblo con grandes tiendas como era de esperar, no era un pueblo de confiar. Como es ya cosa de la historia, la riqueza se la repartieron unos cuantos y el resto se fue conformando con bolitas de dulce. Nadie en ese pueblo chico se dio por enterado cuando se hablaba de asuntos sociales. En las calles, como siempre los mismos inconformes con los pechitos inflamados de orgullo pues aunque la tentación de quedarse en lo seguro es grande, ya sea por deudas o quizás por cobardía, ellos salieron a las calles para decir lo que todos dicen entre cuatro paredes.
Presumir de libertad es una tentación muy grande para los pueblos que sintiéndose grandes en verdad son muy chicos. Los gobernantes del pueblo que cuento lo sabían y hasta bendecían el derecho de la gente a no estar conformes. Eran autoridades abiertas al dialogo, lastima que no escuchaban nada, veían todas las cosas desde el ángulo equivocado, porque la gente aunque tenga dinero carece siempre de otras cosas y el pensar de las masas es extrañamente veleidoso pues incluso aquellos que se sintieron un día superiores comprendieron que en realidad solos valemos bien poco.
Qué pena con el pueblo de este cuento pues incluso aquellos que marchan si caminan solos olvidan los principios por los que en masa dan la pelea. Qué pena con nosotros mismos que necesitamos de la gente que en la calle grita y corre perseguida por otros tan o más afectados por las injusticias. Qué pena por estos que porque visten uniformes olvidan que sus hijos también recibirán una pésima educación si no cambian las cosas, que sus hijos serán discriminados en esta sociedad si tienen la peligrosa idea de pensar distinto. Qué pena con un pueblo que se cree informado porque ve la televisión teniendo miedo de mirarse y de mirar a su alrededor. La cosa a pesar del dinero y la tecnología no ha cambiado mucho.
Es difícil que aprendamos lo que negamos, puede ser que alguno que lea estas palabras no se sienta tocado, puede ser que la mala educación en este pueblo pequeño la reciban otros, puede ser que otros vivan de manera indigna, que otros no sean atendidos en los hospitales como es debido o que sea a otros a quienes les están llenando los parques de cemento; pero no olviden que tarde o temprano lo que no quieren ver golpeara a la puerta de su casa y ojala para entonces ya se sientan preparados para defender lo que a otros les ha llevado toda una vida.

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