Tú no tienes por qué saberlo, pero caminamos solos. Desde
el primer día...vamos solos. A veces nos acompañan maravillosas personas...a
veces aunque nos consume el ruido e insistentes van y vienen los cuerpos, somos
incapaces de ver los rostros. Escuchamos todo, observamos y volvemos a mirar
por no incurrir en el equivocado acto de pensar sin mirar ni pensar sin
escuchar.
Me gusta mi soledad; me gusta porque no es
impuesta, porque cuando lo decido y me decido puedo cosechar parte del cariño
que a lo largo de los años he sembrado.
Nadie está realmente solo y sin embargo
todos necesitan de un poco de espacio.
Dicen que quienes nunca quieren estar solos
tienen miedo por lo que puedan encontrar en la soledad. Un ruido, la presencia
de lo desconocido, un mal recuerdo quizás; pero nada tan peligroso como
encontrarse a sí mismos.
Quién estando bien preparado se encuentra
consigo mismo y sale con bien del encuentro es alguien que a los otros tiene
mucho para dar. Encontrase con uno sin tener que simular, sonreír o
aprobar sin la ingrata obligación de ser bien educado, cortés o considerado y
alegrarse de lo que se haya es una fiesta más que un regalo. Mirarse en aquel
implacable espejo que es la consciencia y descubrir que estar solo no te
descubre herido ni mal intencionado.
Estar solos nos permite revisar el camino,
replantearnos, agradecer y soñar, amar lo que fue y lo que será, armarnos todo
de nuevo cuando es necesario. Recapacitar acerca de lo que siempre creímos
y no era, abrir el alma a lo que vivimos ignorando.
Una temporada con uno mismo es lo
aconsejado pues, después de tanta y tanta cosa, solo una cosa es segura...que
solos como vinimos debemos de partir.
Recuerda que todo cuanto llegamos a poseer
se queda aquí, aquellos a quienes amamos e incluso aquellos a los cuales les
permitimos robarnos buenos momentos irán o se quedaran sin importar si
nosotros vamos o venimos...en la oscuridad de la noche, si todo en tu interior
va bien serás capaz de encontrar la más alta claridad.
Comentarios
Publicar un comentario