Hace algunos días recordé que Isabel Parra había comentado que cuando regresó de su exilio se había encontrado con otro Chile. Esta aseveración viene de una pionera que creyó como muchos que el Chile de comienzos de la década del 70 sería el inicio de un mundo nuevo. Algo que, es seguro, también pensaron quienes vivían en los países de Latinoamérica por aquellos años.
Había un aire del todo distinto en Uruguay, Cuba, México y Argentina. Se había fraguado una exploración musical que era tan propia de todo el arte de la época. En Europa y a su modo los jóvenes también buscaban y exigían respuestas. No es extraño que los jóvenes músicos se quedasen anclados a los códigos musicales de sus mayores.
Se re-adecuo lo que ya había, hubo una re-lectura de la música de nuestras raíces y un compromiso social que nunca más se volvió a dar.
En ese tiempo se inscriben los discos que hicieron de los hermanos Isabel y Ángel Parra el dúo quizás más reconocido del canto latinoamericano. Herederos naturales del trabajo comenzado por su madre (la también fundamental Violeta Parra) supieron hermanar el folclore con el canto de conciencia social. Debido a eso es que la veracidad y el sentimiento puesto en cada una de sus interpretaciones le entregan a su discografía un carácter de influencia ineludible para aquellos que pretendan sacar adelante un cantar que tenga sentido y razón.
Sus primeros discos se componen de notables interpretaciones del cancionero latinoamericano y sus posteriores trabajos tienen siempre implícito un poco de aquellos orígenes. Si bien es cierto, tanto Isabel como Ángel tienen una extensa producción discográfica por separado, es juntos que producen un modo sin igual de interpretación. Tal vez la bella y dulce voz de ella, quizás lo desgarrada de la voz de él; quizás porque sus voces cantaron acerca de lo que creyeron y muchos aún creen. Ese es el misterio del arte; aquel que trasciende a quienes lo crean. Los cantos que quedan en el pueblo son, según Atahualpa Yupanqui, los que realmente perduran por siempre; y los de los Parra de Chile, permítanme asegurarlo, son de aquellos que trascienden incluso a sus propios interpretes.
En ese tiempo se inscriben los discos que hicieron de los hermanos Isabel y Ángel Parra el dúo quizás más reconocido del canto latinoamericano. Herederos naturales del trabajo comenzado por su madre (la también fundamental Violeta Parra) supieron hermanar el folclore con el canto de conciencia social. Debido a eso es que la veracidad y el sentimiento puesto en cada una de sus interpretaciones le entregan a su discografía un carácter de influencia ineludible para aquellos que pretendan sacar adelante un cantar que tenga sentido y razón.
Sus primeros discos se componen de notables interpretaciones del cancionero latinoamericano y sus posteriores trabajos tienen siempre implícito un poco de aquellos orígenes. Si bien es cierto, tanto Isabel como Ángel tienen una extensa producción discográfica por separado, es juntos que producen un modo sin igual de interpretación. Tal vez la bella y dulce voz de ella, quizás lo desgarrada de la voz de él; quizás porque sus voces cantaron acerca de lo que creyeron y muchos aún creen. Ese es el misterio del arte; aquel que trasciende a quienes lo crean. Los cantos que quedan en el pueblo son, según Atahualpa Yupanqui, los que realmente perduran por siempre; y los de los Parra de Chile, permítanme asegurarlo, son de aquellos que trascienden incluso a sus propios interpretes.
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