La bandera estaba ahí; flameando, desatándose de las cadenas
invisibles que le prohibían ser ella misma. Era la aurora de la patria que
miraba con ojos nuevos la sangre en los amarillos campos de Maipú. Por ella
ofrendaron la vida hombres de suelos distintos con un sueño en común: decidir
por si mismos el destino de sus pasos que aunque torpes, eran pasos seguros.
Vio venir la plaga de la codicia bajando desde el norte apestando
a salitre, y como los hermanos que ayer sin nombres ni patria la defendieron entregaban
sus valiosas vidas a cambio de preservarles las riquezas a quienes no fueron ni
irán nunca a una guerra. Entonces se retorció incomoda en los campos de
batalla, observando como los analfabetos disparaban el odio en su nombre.
Estuvo abrigando la profunda soledad de setenta y siete niños
jugando a ser hombres allá por los cerros de La Concepción , y vio como
los soldados enemigos, numerosos, estupefactos no pudieron entender por qué los
tercos muchachos jamás quisieron arrearla. A ellos les habían enseñado que la
patria se defendía con la vida si fuese necesario. Y con la vida la defendió
aquel capitán en el puerto de Iquique cuando enfrentar a un acorazado era un
acto de amor suicida.
Vivió las revueltas sociales. Bajó de las minas camino a Iquique,
se abrazó con otras banderas que como ella, le entregaban una conjugación nueva
a verbo amar la patria. Amarla desde abajo, con sudor y sangre en las manos.
Amarla como se ama a la madre que nos abraza en el invierno, al padre que da su
vida por vernos crecer honestos, amar a los maestros y a las profesoras por
dejar más de lo necesario al alcance de los futuros forjadores de la patria.
Y fue en la fiesta popular en la cual se sintió más dichosa. La
segunda independencia la encontró bailando con los que no tuvieron hasta
entonces una verdadera fiesta. Durante mil días pasó de la alegría al
desconcierto. Entre los hijos de la misma casa el odio transitaba, y no fue por
eso que sus primeros hijos la vida le ofrendaron. Sintió indignada los aviones
que sobre la casa de gobierno, amenazantes volaban. Sintió los misiles y
después el fuego que la quemaba. No eran tropas enemigas, sino los mismos
soldados que ante ella habían jurado, quienes destrozaron insolentes todo
cuánto ella significaba.
Sin embargo ella siempre ha hallado el modo de reponerse, de
sacudirse el odio y volver a bailar con el viento y fue así como nos
encontramos de nuevo con ella marchando por las alamedas que al fin volvieron a
abrirse para ver pasar a un pueblo libre. Entonces vinieron nuevas batallas,
batallas de ideas y de justicia; flameó con los que anhelaban una casa y con
aquellos que aún esperan por una mejor educación. Fue más que nunca de todas y
de todos, sus colores consolaron tanta pena, tanto grito contenido. Se resistió
a la violencia con que la buscó el fétido chorro y doblada sobre sí misma
vomitó toda su humanidad cuando los gases lacrimógenos la castigaron y es así como hoy que los motivos para
salir a la calle son los mismos pero con otros nombres que la podemos ver recordándonos
que la patria seguirán siendo siempre nuestras calles, los amigos, los
recuerdos en común, el amor que no nos ciega. La bandera siempre estará ahí
aunque todavía a muchos les pese porque se reveló al destino que quisieron
darle, porque a todos nos pertenece, porque ella sabe que el verdadero amor no
conoce de resignación.
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