Qué delicia incomparable; un sábado por la mañana y yo visitando una feria del libro. Lo dejé para hoy temprano porque al decir verdad, me gusta tomarme mi tiempo para mirar libros y cuando la gente se junta como hormigas en la miel, la verdad quiero salir volando. Este año (si lo confieso, la visito todos los años) la encontré más bonita; me gustó el nuevo orden de los stand y la enorme variedad de títulos; hay libros para todos los gustos así que nadie puede rezongar diciendo que no encontró algo de su interés.
Que cobren por entrar es algo que nunca me ha gustado mucho pero uno olvida pronto el valor de la entrada cuando se encuentra con libros que nos recuerdan que el dinero no vale nada si se trata de cuantificar la felicidad que nos provocaría tenerlos; el problema es que todavía no tenemos el suficiente dinero como para llegar a pensar que lo gastaremos en comprar un poquito de esa felicidad; así que una vez más tenemos que rebuscar entre las pilas de libros posibilidades de hacer coincidir precio, calidad y felicidad, y como negarlo, con voluntad, algo se logra.
No tengo la certeza que que en todos nuestros países se realicen eventos como este pero sé que en la mayoría sí y hay que procurar visitarlos, traer a los niños de pequeños para que se familiaricen con este mundo de papeles impresos con palabras que tienen vidas propias y colores que aún nos pueden sorprender. Se encuentran en estas ferias más que libros, películas e intervenciones artísticas, se encuentran personas que buscan un descanso a tanta banalidad, a lo apagada que pueden ser las calles. Es una de las pocas instancias donde realmente pueden mezclarse personas muy distintas. No solo de leer vive el hombre también de poder apreciar al anciano que camina por un pasillo despacito o de presenciar la risa de un niño cuando su papá le muestra un libro que trata de un mañosito al que no le gustan los vegetales.
Que cobren por entrar es algo que nunca me ha gustado mucho pero uno olvida pronto el valor de la entrada cuando se encuentra con libros que nos recuerdan que el dinero no vale nada si se trata de cuantificar la felicidad que nos provocaría tenerlos; el problema es que todavía no tenemos el suficiente dinero como para llegar a pensar que lo gastaremos en comprar un poquito de esa felicidad; así que una vez más tenemos que rebuscar entre las pilas de libros posibilidades de hacer coincidir precio, calidad y felicidad, y como negarlo, con voluntad, algo se logra.
No tengo la certeza que que en todos nuestros países se realicen eventos como este pero sé que en la mayoría sí y hay que procurar visitarlos, traer a los niños de pequeños para que se familiaricen con este mundo de papeles impresos con palabras que tienen vidas propias y colores que aún nos pueden sorprender. Se encuentran en estas ferias más que libros, películas e intervenciones artísticas, se encuentran personas que buscan un descanso a tanta banalidad, a lo apagada que pueden ser las calles. Es una de las pocas instancias donde realmente pueden mezclarse personas muy distintas. No solo de leer vive el hombre también de poder apreciar al anciano que camina por un pasillo despacito o de presenciar la risa de un niño cuando su papá le muestra un libro que trata de un mañosito al que no le gustan los vegetales.
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