La miro sentada frente al monitor...fascinada como si fuera de nuevo la niña que esperaba el mundo sentada frente a una ventana de su casa allá en el cerro. Dejo entrar la música de su pasado, los colores, las imágenes y algunas voces que dice que se acordaba. Apretó las teclas como si fueran a quebrarse, sujetó el mause con la misma fuerza con que hace años afirmaba el jabón gringo para sacarle la mugre a la ropa. Se río cuando vio los monitos que no podía ver cuando era niña, vivía en el cerro y solo tenía la ventana para mirar el río donde se lavaba la ropa.
Abrió uno de esos programas que sirven para escribir...probó a ver como se veía su nombre escrito por primera vez en una pantalla; luego escribió te quiero y le dijo a su hijo - ves; ahora yo ya sé escribir cosas bonitas- el hijo pensó en lo que es la modernidad en momentos determinados. Hace mucho tiempo que no hablaban de algo grato y aquello de seguir los estudios, aunque ya no fuera necesario, trajo de nuevo luz a aquellas tardes, que no se puede negar, se habían vuelto algo peor que grises.
Entonces hirvió la tetera; ella se paró acelerada como siempre a preparar la once; él la miro y tuvo la certeza de que ella una vez más iba a lograr lo que quería...esta vez terminar la educación media aunque fuera mucho más difícil que aprender a leer; y si para eso había que aprender aquello que en su campechano mundo no podía ser otra cosa que ciencia ficción; lo aprendería. Porque ella nunca se daba por vencida. Entonces apago el computador y aceleró el paso. Iban a compartir de nuevo un té con canela, y el pan como lo hacían casi todos los viernes por la tarde cuando se juntaban para hablarse de dos mundos que a ratos eran tan distintos.
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