Esta semana nos hemos vuelto a encontrar con aquel tema que nos persigue hace tanto y que de vez en cuando aparece en la ventana aquella donde quisiéramos solo ver triunfos deportivos y gente comiendo. Los abandonaditos, aquellos hijos de nadie que vemos perderse en las calles y que aunque las instituciones logren atrapar...duele constatar que no llegan a ninguna parte. Se entiende que hay que rescatarlos de la irresponsabilidad, el mal ejemplo y la desidia de sus padres; protegerlos de todo peligro, cuando su sola existencia para tantos es en sí misma un peligro. Un peligro para aquellos que esperan que se haga justicia, que se les encierre como si fueran adultos y al parecer ni siquiera como país estamos preparados todavía para protegerlos.
¿Cuántos abandonados habrán tenido que morir para que las autoridades ordenen investigaciones?; ¿Cuánto daño han tenido que hacer y se han hecho a ellos mismos para que la única forma de detener a uno de ellos sea a balazos? No puedo disimular mi pena. Cada día debiésemos intentar al menos construir un mundo mejor para estos abandonaditos y hemos fallado. Ya sé que no es historia nueva pero no debiese nunca seguirnos doliendo. Hay quienes rasguen vestidura llamando al orden, quienes busquen como civilizar a estos incivilizados cuando lo que debimos hacer desde el minuto en que llegaron al mundo fue protegerlos, entregarles un mundo de valores y afectos que poco a poco hemos olvidado.
Fracasaron aquellos padres que hoy lloran la perdida de quienes no fueron importantes para ellos sino hasta que los perdieron, fracasamos nosotros por no mostrarles como sociedad cual era el camino correcto para conseguir las cosas. Estos abandonaditos crecerán seguro para ser aquellos abandonados adultos a los que cotidianamente damos vuelta la cara por miedo o por desconfianza, aferrándonos cada día más a los nuestros, creyendo que basta cerrar los ojos o cambiar de canal en los televisores para que tanto equivoco ya no exista. Ahora más que nunca se debe hacer un reajuste a lo que entendemos por familia, revisarnos como sociedad, dejar de tolerar tanta ineficacia de aquellos a quienes les otorgamos el voto y la confianza.
Hay un niño en la calle como escribiera hace tanto rato Armando Tejeda Gómez y nos seguimos olvidado de la honra de proteger lo que crece...
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