Yo había crecido rodeado de vendedores ambulantes, obreros de la construcción e indigentes. La política, la cuestión social y el amor se vive de una manera muy distinta entre ellos. Por aquellos años Las décimas de la Negra Ester de don Roberto Parra habían adquirido una fama inesperada y en el aire de nuevo lo popular era lo que sonaba, se llevaba y hasta salía en televisión. Harto que ver tuvieron los músicos emergentes en aquel tiempo. La sensibilidad de los nuevos tiempos era la sensibilidad de los por tanto tiempo despreciados.
En ese contexto escribí versos que reunían el fraseo de muchas personas a las que había conocido. Personas que no tenían estudios pero de quienes aprendí que el que sabe es el que se sobrepone a sus limitaciones. Me atreví a juntar sus frases, sus consejos y hasta las canciones que ellos cantaban en un sexto cuadernillo que me devolvía a la raíz de lo que siempre he sido. Lejos de aquel afán de escribir poesía con mayúsculas tan evidente en Los versos del guerrillero y en Nueva Tristología, ajeno a la tal vez forzada creatividad de Fragmentario, fueron saliendo estos versos por desquites. Me acuerdo que lo pasé muy bien escribiéndolos, leyéndolos a quienes eran los dueños de aquel modo de hablar...luego, como lo hacía siempre, los guardé.
Nunca me sentí realmente dueño de aquellos versos; aún ahora no sé si deben o no estar escritos como sus verdaderos dueños hablan; pero si sé que recuerdo con mucho cariño aquellos años. Por entonces ya estaba convencido de que mi modo de expresarme era por escrito; sabía del cariño y el respeto de mucha gente que me entregaba su afecto si yo le contaba de mis versos. Se quedaron impregnados en ellos el olor de los mercados, la humedad de bajo los puentes, la música de los bares y el recuerdo de algunas penas que fueron menos penas gracias al vino. La patria es lo que uno conoce, todo aquello que a uno le rodea y se echa de menos en la distancia. Eso son estos versos, esos que cuando es Septiembre vuelvo a leer en algún momento. Nunca nos han faltado las penas, pero tampoco nos han faltado los motivos para compartir un pedazo de carne, el humor, algún canto que nos hace hermanos, ni las excusas para emborracharnos.
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