
Andando en el trasporte público, mirando lo que hacen los compañeros y compañeras de trabajo en sus momentos libres o simplemente cuando camino por la calle; parece que definitivamente, cuando a una persona le regalan o se compra un celular; lo verdaderamente regalado o comprado es la persona que ahora le pertenece al celular.
Las personas que desde el momento que lo reciben le pertenecen al celular no podrán más despegar sus ojos de la pequeña pantalla que es el mundo donde al parecer ahora pasan todas las cosas que importan. La risa como nunca se comparte a través de la pequeña pantalla, los memes que son tan efímeros como lo que marca tendencia, la necesidad de recibir deditos para arriba, de que vean y abran lo que compartiste. Tener que estar pendiente de una respuesta que no llega cuando se espera y a veces llega cuando ya no la necesitas.
Las memoria (del celular) siempre llena y aún así, sufrir de algunos olvidos. Parece que no basta con cientos de fotos, decenas de canciones y una que otra aplicación que parecía tan importante al instalarla y luego descubres que no queda tiempo para disfrutarla. El temor inexplicable que se aplaca con una mica de vidrio y una carcasa que protege el celular de las caídas pero no de la obsolescencia programada, ni a la persona de la inapelable certeza de que el equipo no es el del año y por lo tanto, parece que de algo se está perdiendo.
En realidad no se pierde de nada que no sea la mirada de las personas, el color de paisajes que de tan bellos no caben en imagen alguna, las conversaciones de quienes dicen cosas en aquellos idiomas antiguos que no se pueden medir en caracteres.
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