Richard Attenborough, el director de esta película, vio en este proyecto primero un anhelo, luego una extensa espera y finalmente un camino a seguir para sus futuras producciones. Es una de aquellas obras que además de inspiradoras son un verdadero éxito en países con culturas muy diferentes. La necesidad permanente de no pocos espectadores de asistir a la narración audiovisual de aquellas vidas que alcanzan un estatus de "ejemplares", el carácter de mega producciones que precisan de la colaboración de dos o más naciones para su esperada culminación hacen de esta película una de las cumbres del cine biográfico.
Ben Kinsley revelándose a los amantes del buen cine como uno de los más excelsos actores de la época con un papel que parece hecho para su lucimiento, un potente grupo de actores secundarios y un metraje digno de la vida que se nos quiere contar (3 horas y 8 minutos aproximadamente) en la que podemos como curiosos occidentales conocer tanto modos como tradiciones bastantes distantes todavía de nuestros propios modos como de nuestras tradiciones. Podemos, una vez más, ir a lugares donde la mayoría de los mortales que nacimos lejos de ellos podríamos pensar en visitar realmente algún día (posibilidad ya en si suficiente para querer ver películas como esta) y sobre todo detenernos por algunas horas a pensar, hacernos preguntas y concluir que de ningún modo puede estar todo perdido.
Sigue siendo bastante reconfortante poder ver cada cierto tiempo cine así de trágico e inspirador debido a lo contradictorio que es nuestro proceder humano, a nuestras iras que no pocas veces terminan ganando a nuestras más intimas certezas. Es la película un bálsamo para todos aquellos que han elegido transitar sus vidas a través del camino largo, ese que exige de las personas dignidad, tolerancia y resiliencia, aquel del no transitan quienes se empecinan en convencer a los otros por medio de la violencia y la intransigencia.
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