Dos que en muy poco se parecen pueden permanecer juntos si en verdad, además de quererse, se respetan. Si son conscientes de que para escribir su propia historia deben evitar el egoísmo.
El amor suele resultar cuando piensas en
los motivos del otro, cuando pones el centro de la relación fuera de ti. Nunca
existió aquello de vivieron felices por siempre y el tono que prevalece es el
de los grises. Definitivamente no nos resulta fácil ver aquello con lo que
contamos y es una distracción demasiado al alcance de la mano eso de
frustrarnos por no recibir lo que esperamos.
Los hijos suelen ser una proyección que
ayuda mucho, tanto que algunos solían cometer el error de obligarse a
permanecer juntos viéndoles a ellos como justificación o excusa.
Cuando dos permanecen juntos por tantos
años es para complementarse, para entender que la rutina siempre termina por
ser oxido en las articulaciones que nos otorgan flexibilidad, que el espacio de
uno no tiene por qué ser siempre el espacio del otro, que la costumbre está
destinada a ser líneas que no dicen nada cuando se intenta explicar cómo es que
persiste un matrimonio en tiempos del individualismo
No imaginé siquiera vivir después de lo
cuarenta años cuando vagaba en busca de refugios. Ella no imaginó nunca que los
cuentos con que soñaba cuando era niña podían ser tan aburridos para una mujer
que se descubre a sí misma y entiende que a las mujeres las engañaron
haciéndoles creer que debían ser madres o princesas para ser felices. Transitar
el camino de dos que van juntos requiere de una paciencia que no siempre
ponemos en práctica, de una lucidez que nos permita mostrarles a nuestros hijos
que los problemas terminan por ser pasajeros cuando hay un lugar donde llegar
cuando estas triste. Que de todos modos resulta la suma de nuestras
experiencias para ofrecerles a ellos y ellas sus propias historias.
No es fácil pero se puede. Dejar de pensar
en uno mismo para pensar en los otros no puede ser un mandato, sino que debe
ser una necesidad. Historias como estas suelen tener, como el día, momentos
demasiado marcados. La incertidumbre de la mañana, el candor del medio día, la
reflexión de la tarde y el necesario silencio de la noche.
Terminas por entender que lo que llamamos
familia poco o nada tiene que ver con lo que creías era lo correcto, que los
errores suelen enseñar mucho más que las certezas.
Comprendes que perteneces al lugar donde
permaneces junto a las personas que no se apartaron de tu lado por difíciles o
fríos que fueran los tiempos que les tocó vivir juntos. Que te quedaste, no
porque ellos o ellas te necesitaran como suelen pensar aquellos que no se
sienten felices. Entiendes que te quedaste porque tu vida estaría incompleta de
no haber existido aquellos por quienes te desvelaste.
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