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Ahora nadie quiere ser pobre. Ya sé que en realidad nunca nadie ha querido ser pobre; me refiero a que ya nadie se reconoce como pobre (mención aparte los milagros del libre mercado que multiplica los panes del crédito) para la gente pobre los pobres son aquellos que viven en la calle. Los medios de comunicación, la política de seguirle facilitando el poder a aquellos que desde siempre han gobernado, el descrédito o la incredulidad acerca de la posibilidad de cambiar las cosas han reemplazado el concepto de pobreza. La pobreza que para todos ahora es evidente es la pobreza intelectual, la pobreza de espíritu dirán aquellos que se han acostumbrado a señalar a los otros con el dedo, pero es pobreza de uno y es pobreza de todos, de estados completos que han sabido desarrollarse económicamente pero aún no saben cómo educar a sus niños y niñas por sobre los individualismos que nos hacen negarnos los unos a los otros.
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Según el diccionario que está sobre el velador ser pobre es sufrir carencia de lo necesario para bien vivir; eso quiere decir que la mayoría de las personas que desde que fui niño y hasta el día de hoy he conocido, incluyendo a mi propia familia, son pobres.
No es lo mismo carecer de todo. Pronto aprendí que muchos tienen casa y que llaman casa al lugar que los acoge, aunque aquella casa sean cuatro palos y un nailon. Esto no lo quieren ver muchos que al avergonzarse de su pobreza material van poco a poco cultivando aquella pobreza intelectual que a tan pocos acomoda.
Que las personas no se consideren pobres no justifica que todavía haya quienes llevan el hambre zurcida a sus tripas. No es justificación para que todavía haya ancianos que no tengan una jubilación que les permita sortear el invierno.
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Mi quinta conciencia fue darme cuenta que aún es mucha la pobreza; disimulada, ignorada o no asumida…lo que usted quiera, pero allí está. Todavía hay muchos que sobreviven sin lo necesario para ser personas. Dinero puede ser que reciban, pero es muy poca la educación todavía. Programas de gobierno que disimulan las miserias de una salud que enferma al que más, soluciones que no solucionan nada, la ilusión del fútbol o el mal menor que nos hace compadecer a aquellos que en otros países suponemos están peor. El inexplicable orgullo, la injustificable vergüenza de reconocerse carentes de aquello que nos hace personas. Una pobreza que es mucho peor que la pobreza que varios de nosotros conocimos cuando éramos niños.
Pobre es aquel que debe más de lo que gana, aquel que posterga su tranquilidad para que no hable mal de él la gente, aquella que no sabe todavía que ser mujer poco o nada tiene que ver con los modelos equivocados que publicitan aquellos que se las siguen arreglando para que las mujeres sean invisibilizadas. Pobres son aquellos que dicen no encontrar el tiempo para compartir, los que realmente piensan que no tienen nada que dar y los que sabiendo muy bien que son poseedores de aquello que no les pertenece lo niegan o recurren a la fuerza pública para que defienda lo que fue conseguido con engaños y traiciones.
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