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Las universidades de ningún modo son para todos. El fracaso comienza muy pronto, cuando aquellos que siguen pensando que debemos estudiar para ser alguien en la vida se encuentran con los que los aspectos culturales no son los mismos en los diversos hogares; que no es lo mismo estudiar gratis que pagar por los estudios. El dinero es un difícil escollo a vencer cuando se es pobre y se pretende estudiar más. Es verdad; cada vez son más las becas, pero esas becas de ningún modo son para todos y muy poco pueden hacer para subsanar los largos años malgastados sin estímulos tanto valóricos como intelectuales.
Están por otra parte las pruebas de selección que miden aquello que todo estudiante debiese saber, pero no a todos les enseñan. Hay quienes pueden con todo esto y a pesar de lo difícil que es, van a la universidad. Aquellos son la excepción que confirma la regla. A la universidad en el país en que fui adolescente entraban y entran muy pocos y salen todavía muchos menos.
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Los obstáculos no siempre pueden ser por todos salvados y tenemos no pocas veces proyectos fracasados de doctores e ingenieros repitiendo el incómodo círculo de enseñar en escuelas y liceos. Es así como la frustración germina más frustración en algunas salas de clase. Los educadores que se dan por vencidos son otro inconveniente en el camino de aquellos y aquellas que sueñan con alguna vez llegar a la universidad; enseñan con desgano porque con desgano aprende la mayoría de sus estudiantes. Esto parece estar cada vez más claro; es por eso que los gobiernos de turno invierten cada vez más en los liceos técnico-profesionales. Hay que ofrecerles al menos una ocupación a aquellos estudiantes que no fueron contemplados para las universidades desde el momento de nacer.
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Hay
quienes creen firmemente que solo es cosa de esfuerzo; conozco a más personas
educadas y creativas que nunca fueron a la universidad que personas con las
mismas características entre las que sí han ido. Aquellas personas se
esforzaron mucho, casi siempre lograron los sueños de otros y cuando les quedó
algo de tiempo, se atrevieron a intentar cumplir algunos de los suyos.
En estos días se les presenta a los más
jóvenes el hecho de llegar a la universidad como un fin. Pocos garantizan los
pequeños éxitos que se deben ir alcanzando poco a poco; algunos ni siquiera se
han detenido a pensar en seguir estudios superiores. Es que como escribí antes;
cada vez son más aquellos que ven los estudios como un inevitable trámite para
llegar a formar parte de aquello que los entendidos llaman la oferta y la demanda.
Entonces, mi octava conciencia es la certeza de que a la universidad van muy pocos. Del lado de arriba hay quienes se aseguran de eso, y del lado de abajo, quienes con su falta de expectativas les hacen la cosa mucho más fácil a aquellos que siempre saben cómo mantener educada a su mano de obra barata.
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