Fragonor sentado frente a Belosa respiraba malhumorado. Su mujer nada preguntaba y ya que no preguntaba, el esposo largó de una vez las palabras, sin mediar invitación alguna:
- Los afuerinos se toman todos los rincones de la calle... y son unos mal educados.
Belosa ni siquiera levantó la vista. Siguió pelando las papas, esperando que no hubiese otro comentario. Pero una vez que Fragonor soltaba las palabras, tomando en cuenta que no era hombre de muchas palabras, no había forma de que nada o nadie le impidiese dar su opinión.
- Una señora quería entrar al abasto de harinas y unos afuerinos le entorpecía el paso con el enorme carretón en que trasportaba sus inmundos productos. La señora hizo un comentario breve acerca de lo inconveniente que resultaba obstaculizar el paso a los locales establecidos y uno de los afuerinos, cuando la señora ya había pasado, le dejó caer un improperio cobarde a la vez que inmerecido, dada la buena educación de la señora que es habitante natural de nuestro bendecido y trabajador pueblo.
Belosa levantó la vista; tomo el aire que pensó necesario para decir aquello que quería decir y dijo, intentando que no le traicionara la voz:
- Le propongo que haga un ejercicio de pronunciación. Allí dónde usted dice afuerinos diga algunas personas; porque la mayoría de las personas por estos días son unas mal educadas y unas cobardes.
Fragonor que sentía que no era, precisamente, de esos que discriminaba a los afuerinos, se mostró contrariado con el comentario de su esposa. Belosa se dio cuenta, e intentando mantener la voz calma agregó:
- Los heraldos que usted lee a diario están escrito con odio. A los dueños de los heraldos le viene bien que las personas se contagien de odio y vean, a los que vienen de afuera, con desconfianza. Por lo demás, no todos los que vienen de afuera son comerciantes. También hay profesores, abogados y hasta doctores. No olvide que cuando estuve a punto de morir, fue un doctor afuerino el que me operó y se preocupo de mí por casi un mes. Y no olvide que un doctor del pueblo fue el que me miró con desprecio por no tener el dinero suficiente para operarme en su pabellón.
A Fragonor poco y nada le gustaba el cariz que estaba tomando la conversación. Aclaró que no era una mala persona y que no tenía intención alguna de señalar el carácter de foráneos de quienes molestaban en las calles comerciales del pueblo. Recordaba que Belosa pensaba que los prejuicios de las malas personas le habían causado mucho daño a los más humildes, no sólo del pueblo chico, sino que incluso a los más humildes de pueblos que sí que eran grandes.
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