
De hermosas limusinas y guardaespaldas proyectados en colores.
Cintas y banderas de gran fineza. Fuegos de artificio y luces que embellecen el soberbio espectaculo por ver. Y sin embargo, no acierto a entender por qué siento que cambiaría con gusto la algarabía de todo esto por una tarde de invierno en que parado en La Alameda pudiese ver pasar en blanco y negro la dulce figura de un presidente ya muerto.
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