
Alguna vez comenté con alguien mi postura ante el odio. Lo hice tan solo por dejarle en claro que para mi no existía adversario digno de cargarme con una sensación que rondando dentro de mis ideas y conceptos terminaría por causarme más daño que al que inútilmente pretendí castigar con mi odio.
Existe abundante literatura acerca de la inutilidad del odio; ya todos los credos y corrientes religiosas se han ocupado de "alumbrarnos" respecto al asunto; y sin embargo, algunas simples líneas de una ex presa política, me entregaron mayor claridad y entereza en relación a tan vilipendiado sentimiento humano.
“Tu castigo será verme sonreír porque no lograste arrancarme la ternura. Esa a la que le diste golpes de picana.”
Ante ustedes las líneas; habitaban una hoja donde Belinda Zubicueta escribía hacía el final de sus días en prisión. (Recupero su bien ganada libertad recién en 1993) Ella no odiaba, ella pensaba en el valor de cada mañana, no ridículamente, ni en un sentido mágico e irreal perteneciente a un mundo de fantasía donde las niñas buenas no deben odiar. Ella no odiaba sencillamente porque cuando se mantiene vivo el dolor, este no sabe cicatrizar. Por eso este es un texto que quería y debía compartir.
Pensar en el daño que se nos ha hecho nos amarra a lo oscuro y nosotros no nacimos para transitar por lo oscuro; nosotros nacimos para regalar la brisa de la alegría a los que envidian la despreocupación con que les enseñamos el verdadero significado de la libertad a nuestros hijos. No, definitivamente nosotros no cargaremos el innecesario peso del odio en nuestras espaldas; no lo cargaremos porque nos proponemos coleccionar alegrías para enrostrárselas a quienes creen que viviremos para malgastar nuestro maravilloso tiempo acordándonos de ellos.
En lo personal, yo me acuerdo de Belinda y le mando un abrazo donde quiera que ella esté...
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