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Ocurre que ha muerto un hombre encantador. Un artista de aquellos que todavía vestía de punta en blanco; zapatos bien lustrados y el pelo corto y peinado como corresponde. Sin embargo el alma, el alma de la fiesta que llevamos dentro nosotros y los viejos elegantes que a pesar de los finos trapos son chicharra de los bajos fondos como nosotros, a mucha honra; esa fiesta no se extingue.
No es difícil encontrar a los como él, a pesar de que cada vez quedan menos. Su incondicional amor, la guitarra, abrazada a sus gastados cuerpos, nuestra admiración mirándolos desde acomodadas posiciones. Admirando y juzgando porque no sabemos admirar de otra forma.
Nos gusta su canto pero guardamos profundas aprensiones con respecto a su modo de vivir sus vida. Son engreidos, diran unos, que pasan borrachos dirán otro; pero tienen talento, de ese que no se aprende en las academias y que los acompaña donde quiera que vayan. Por eso algunos jóvenes que saben pensar con el corazón y los sentimientos se acercan a los que son viejos cantores.
Es necesario el trasvasije de las experiencias. Como ha sido a lo largo de la historia de la humanidad; están los sabios en años que junto a la hoguera hablan a las nuevas generaciones entregándoles los secretos del viento y en este caso del canto. Tal vez el que nos deja no sea precisamente el de mayor talento, pero es (entendido como SER de existir e importar) que duda cabe que es; porque aunque su cuerpo muera no morirá su ejemplo. Ese modo tan elegante de cantar con convencimiento.
Lo único que nos queda esperar es que aquellos que aprendieron de los viejos cantores, al envejecer tengan la paciente sabiduría de enseñar lo que es cantar en serio pues siempre serán necesarios los verdaderos cantos, esos que versean con improvisada elegancia y que a punta de vividos acordes estremecen a cualquier auditorio que se precie de tener la disposición a oir el canto de los marginados.
No es difícil encontrar a los como él, a pesar de que cada vez quedan menos. Su incondicional amor, la guitarra, abrazada a sus gastados cuerpos, nuestra admiración mirándolos desde acomodadas posiciones. Admirando y juzgando porque no sabemos admirar de otra forma.
Nos gusta su canto pero guardamos profundas aprensiones con respecto a su modo de vivir sus vida. Son engreidos, diran unos, que pasan borrachos dirán otro; pero tienen talento, de ese que no se aprende en las academias y que los acompaña donde quiera que vayan. Por eso algunos jóvenes que saben pensar con el corazón y los sentimientos se acercan a los que son viejos cantores.
Es necesario el trasvasije de las experiencias. Como ha sido a lo largo de la historia de la humanidad; están los sabios en años que junto a la hoguera hablan a las nuevas generaciones entregándoles los secretos del viento y en este caso del canto. Tal vez el que nos deja no sea precisamente el de mayor talento, pero es (entendido como SER de existir e importar) que duda cabe que es; porque aunque su cuerpo muera no morirá su ejemplo. Ese modo tan elegante de cantar con convencimiento.
Lo único que nos queda esperar es que aquellos que aprendieron de los viejos cantores, al envejecer tengan la paciente sabiduría de enseñar lo que es cantar en serio pues siempre serán necesarios los verdaderos cantos, esos que versean con improvisada elegancia y que a punta de vividos acordes estremecen a cualquier auditorio que se precie de tener la disposición a oir el canto de los marginados.
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