Este es sin lugar a dudas el cuadernillo más pretencioso que yo haya escrito. Para empezar me tomó cuatro años; lo sentí en su época como mi examen de grado para validarme como poeta. Fue un modo de desahogar tanto sentimiento que me andaba quemando por dentro al darme cuenta de la que por entonces era una muy reciente historia política de mi país. Decidí desde un comienzo que estaría dedicado principalmente a las personas anónimas que conocí entre los años mil novecientos ochenta y seis y mil novecientos noventa. Lo escribí urgentemente, arrebatado de historias y con la rabia muy a flor de piel.
Lo comencé en mil novecientos noventa y lo terminé solo cuatro años después consciente de que si alguna vez había escrito poesía, este sería mi mejor libro. Le pedí a algunos buenos amigos que ilustraran algunos poemas y yo ilustré otros cuantos. Me permití expresar sin complejo alguno y poema a poema fui moldeando un estilo basado en mis lecturas de aquellos años. Al leerlo hoy veo claramente cada una de las influencias en mis versos. Influencias que para nada me avergüenzan pues desde aquel entonces ya sentía que no escribía para parecerle bien a nadie y que pretendería de algún modo continuar en la senda de la poesía latino americanista que tanto marcó mi adolescencia.
Me permití homenajes a cantores, cronistas y poetas y busqué desesperadamente desmarcarme de los modelos más reconocidos de nuestra poesía, y sin embargo hay ocasiones en que al parecer estuve muy lejos de lograrlo. Estoy consciente de que no es un buen libro pero me siento orgulloso de él pues es un retrato imborrable de lo que fue mi juventud. Fueron versos que me abrieron las puertas de muchos centros sociales, multicanchas y sindicatos. Junto a Las Prosas del Barro me permitieron ir por las calles como un niño prodigio; aplaudido muchas veces por personas a quienes yo mismo admiraba y aún hoy admiro.
Cuando se es honesto meterse en política trae muchas más penas que alegrías; yo me permití rodearme de la gente precisa para mi crecimiento por aquellos años. Me permití muy joven ser respetado y felicitado y no tener miedo a que otros escucharan o leyeran lo que pensaba. Descubrí una singular manera de amar cuando la vida se va en combatir a un sistema que cuando no injusto, resulta enajenante. Al principio el guerrillero del que quería hablar era el que todos conocen; de a poco me fui dando cuenta que era cada uno de los trabajadores, sobrevivientes y artistas que había conocido. Vine a comprender al fin del libro que llegué demasiado tarde a mi destino y que me toco, no sé si afortunada o des afortunadamente cambiar balas por versos.

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