Una
persona me ha contado más de un vez que le da un poco de pudor contar que es
feliz. Compartir lo bien que le van las cosas porque dice que las personas que
la rodean...parece que se enojan cuando uno está bien.
Me ha dado no poco que pensar esta forma de
ver el asunto. Cuando viví los lejanos años de la tristeza, nunca me planteé el
influir con mi estado anímico a los otros; parecido me pasa ahora que sé a
ciencia cierta que mi paz no contagia a aquellos que quieren vivir en guerra.
Entonces pienso, y así se lo he manifestado a esta persona que cree que su
felicidad afecta a quienes le rodean, que poco importa lo que se quiera
compartir cuando no existe por parte de las personas voluntad de recibir.
He sido testigo de cómo la profunda
depresión de una persona es incapaz de remover en el más mínimo aspecto la
necedad de quienes se obligan a ser felices porque creen que es de buena
educación no andar ventilando lo que uno siente. Es decir que socialmente nos
hemos acostumbrado a responder que estamos bien cuando no lo estamos porque
nosotros mismos nos hemos convencido de que a los demás no les importa cómo
estemos.
Puede ser que a muchos no les importe; pero
sé que siempre habrá al menos alguien a quien nuestra felicidad o nuestra
tristeza no le serán indiferentes.
Necesitamos urgentemente una sociedad en
que podamos ser quienes realmente somos y no aquello que creemos que los demás
quieren que seamos.
Comentarios
Publicar un comentario