En días en que aquella inútil ralea de demagogos sigue discutiendo acerca de que si se disminuyó o no se disminuyó la pobreza, en que el sol seca un poco el barro de aquellas calles por donde no transitan autos y las flores se asoman traviesas entre los viejos rieles de madera de una estación de trenes ya en desuso; ocurre que quiero hacerles parte de dos de las obras mejor logradas acerca de aquello que no miden las estadísticas cuando miden la pobreza. Hablar o escribir sobre dos obras maestras de la literatura nuestra. Porque los pobres del norte, el centro y el sur no se diferencian en nada.
La sangre y la esperanza (Nicomedes Guzmán;1943) Es la limpia mirada de aquel que recuerda que fue un niño (Enrique) que no reparaba en su pobreza y que nos describe su cotidiana vida. Las calles que transita, las conversaciones de sus adultos y el devenir de una clase trabajadora atrapada en una permanente historia de carencias e intentos por ser vistos.No es un libro de denuncia social y sin embargo nosotros que leemos sabemos que la miseria de la que tan naturalmente nos habla sigue estando allí donde siempre estuvo y donde nunca pisaran los zapatos lustrados ni mucho menos los neumáticos de aquellos que no conocen de la pobreza más que estadísticas.
Ambientada en el Chile de los años treinta; en un barrio central de la capital, está inspirada en aquel periodo de huelga ferroviaria bajo el gobierno de uno de tantos que gobiernan y gobernaron. Basada en la sobre vida en aquello que llamaban conventillos, y sin embargo es pura, nos lleva a través de los recuerdos de alguien que crece entre parientes, amigos y gentes inolvidables. Es una bitácora honesta y desprejuiciada de un proletariado que si bien es cierto hoy va disimulado es bien poco lo que ha cambiado.
Hijo de ladrón (Manuel Rojas; 1951) Seguramente más autobiográfico que novelado es el relato de varios años en la vida de Aniceto Hevia; un nadie como muchos de quienes habitamos estas y otras calles. Su historia desde antes de nacer, el trágico destino de quien busca ganarse el pan trabajando en lo que sea, del que lleva en su frente una marca de aquellas que ni todo el sudor de una vida borra.
En esta obra maestra; estudiada aún después de más de medio siglo nos asomamos a las heridas del alma de quien hace la vida pragmáticamente; buscando aquí y allá, resolviendo aquel extraño enigma que suelen ser los recuerdos de quien ha vivido del lado pedregoso del camino. La narración es vivida, dotada de un magnetismo propio solo de los grandes narradores. Nos guía a través del crecimiento espiritual de quien no tuvo sino sus manos para trabajar y aquel pensamiento sediento de entender; la vocación de los que andando han hecho sus caminos.
Dos novelas que nos recuerdan, no cabe ninguna duda, lo que para muchos de nosotros ha sido la patria; obras que se sitúan entre aquellos textos que de tan nuestros llegan a ser universales. Recordemos que así como los rusos tuvieron a Gorki, los franceses a Victor Hugo y los inglese a Dickens; los latinoamericanos tuvimos a grandes narradores de la pobreza. estos son dos de los que viven en la memoria del Chile que todavía tiene memoria.

Ambientada en el Chile de los años treinta; en un barrio central de la capital, está inspirada en aquel periodo de huelga ferroviaria bajo el gobierno de uno de tantos que gobiernan y gobernaron. Basada en la sobre vida en aquello que llamaban conventillos, y sin embargo es pura, nos lleva a través de los recuerdos de alguien que crece entre parientes, amigos y gentes inolvidables. Es una bitácora honesta y desprejuiciada de un proletariado que si bien es cierto hoy va disimulado es bien poco lo que ha cambiado.
Hijo de ladrón (Manuel Rojas; 1951) Seguramente más autobiográfico que novelado es el relato de varios años en la vida de Aniceto Hevia; un nadie como muchos de quienes habitamos estas y otras calles. Su historia desde antes de nacer, el trágico destino de quien busca ganarse el pan trabajando en lo que sea, del que lleva en su frente una marca de aquellas que ni todo el sudor de una vida borra.
En esta obra maestra; estudiada aún después de más de medio siglo nos asomamos a las heridas del alma de quien hace la vida pragmáticamente; buscando aquí y allá, resolviendo aquel extraño enigma que suelen ser los recuerdos de quien ha vivido del lado pedregoso del camino. La narración es vivida, dotada de un magnetismo propio solo de los grandes narradores. Nos guía a través del crecimiento espiritual de quien no tuvo sino sus manos para trabajar y aquel pensamiento sediento de entender; la vocación de los que andando han hecho sus caminos.
Dos novelas que nos recuerdan, no cabe ninguna duda, lo que para muchos de nosotros ha sido la patria; obras que se sitúan entre aquellos textos que de tan nuestros llegan a ser universales. Recordemos que así como los rusos tuvieron a Gorki, los franceses a Victor Hugo y los inglese a Dickens; los latinoamericanos tuvimos a grandes narradores de la pobreza. estos son dos de los que viven en la memoria del Chile que todavía tiene memoria.
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