Yoyita hace muy poco ha jubilado...al parecer yo soy de su agrado, sin embargo ella a mi no me agrada. Es de aquellas personas que no dicen lo que realmente piensan; de aquellas que aman el arte pero sufren de escozor ante los artistas. Pero dice que le gusta cantar, la poesía y la música...debiese agradarme; sin embargo a penas la soporto
Cuando ella era obrera le llevaba el amen al patrón que estuviese de turno, siempre fue materia dispuesta para lo que fuera y donde fuera y cuando pasaron los años y su cuerpo ya no seguía el servilismo que su cerebro le dictaba; cuando se agrietaron sus huesos, el jefe de turno la uso como moneda de cambio, le envío a subir y bajar escaleras con el secreto fin de que ella fuese quien sólita renunciara.
Ella sabía que le faltaban el respeto y a pesar de que no necesitaba humillarse pues pobre ella no era; se humillaba porque muy temprano había aprendido a tener su propio dinero...el trabajo se debe cuidar era su más recurrente refrán. Aguantó el dolor de huesos, las faltas de respeto y más por cobarde que por otra cosa; gusto no le dio a aquellos que la querían fuera.
Es más; la vida le ofrendó un final más justo, uno de aquellos finales que se dan muy poco; aquellos que mandaban buscaban deshacerse de un mal mayor y como Yoyita era poca cosa, la usaron para llenar el cargo de la molestia con la que había que acabar. La llenaron en sus últimos años a la Yoyita de homenajes y reconocimientos tan vacíos como vacíos son los besos de quien besa solo por compromiso.
La abrazaron, le dijeron adiós con cien pañuelos y de ella se olvidaron pues en mi pueblo chico todos los días se acaba con historias como las de Yoyita.
Cuando ella era obrera le llevaba el amen al patrón que estuviese de turno, siempre fue materia dispuesta para lo que fuera y donde fuera y cuando pasaron los años y su cuerpo ya no seguía el servilismo que su cerebro le dictaba; cuando se agrietaron sus huesos, el jefe de turno la uso como moneda de cambio, le envío a subir y bajar escaleras con el secreto fin de que ella fuese quien sólita renunciara.
Ella sabía que le faltaban el respeto y a pesar de que no necesitaba humillarse pues pobre ella no era; se humillaba porque muy temprano había aprendido a tener su propio dinero...el trabajo se debe cuidar era su más recurrente refrán. Aguantó el dolor de huesos, las faltas de respeto y más por cobarde que por otra cosa; gusto no le dio a aquellos que la querían fuera.
Es más; la vida le ofrendó un final más justo, uno de aquellos finales que se dan muy poco; aquellos que mandaban buscaban deshacerse de un mal mayor y como Yoyita era poca cosa, la usaron para llenar el cargo de la molestia con la que había que acabar. La llenaron en sus últimos años a la Yoyita de homenajes y reconocimientos tan vacíos como vacíos son los besos de quien besa solo por compromiso.
La abrazaron, le dijeron adiós con cien pañuelos y de ella se olvidaron pues en mi pueblo chico todos los días se acaba con historias como las de Yoyita.
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