No lo había notado; pero ella sigue allí, allí donde siempre ha estado...junto a mi cama. Me sigue desde la más temprana adolescencia. Carga con mis viejas cintas; casetes que guardo como otros guardan discos o cintas de VHS's. Libros de cabecera y los pequeños cofres que son reliquias de un amor que cambió la historia de mis escritos. Un auto de madera comprado muy lejos que no me llevara a ninguna parte y un barco que espera algún día perderse al fin en una arrebatadora marea.
En la cima de la repisa un reloj que marca el tiempo de alguien que no vive pendiente del tiempo, un hablante sin nadie que le escuche, porque el tiempo no es sino el karma de los que viven ocupados; yo debiese estarlo, pero no...sigo ocupándome de cosas poco productivas, como mirar el jardín de los vecinos y sentirme convencido de que el pasto del mío es el más verde, como leer cuando otros lavan sus autos o escribir cuando otros miran el televisor. La repisa que me sigue a todas partes de este improductivo habito mío es testigo; mi cómplice, la que me facilita las distracciones cuando cometo tan despreciables delitos.
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