Cuentan que cuando Diógenes iba al mercado reía; algún hombre intrigado se le acercaba y le preguntaba a qué se debía tanta risa.
Diógenes entonces les respondía: "Me río porque cada vez que vengo al mercado puedo ver cuantas cosas no necesito para ser feliz".
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Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas, sentado en el umbral de una casa cualquiera.
No había ningún alimento en toda Atenas mas barato que el guiso de lentejas.
Dicho de otra manera, comer guiso de lentejas significaba que te encontrabas en una situación de máxima precariedad.
Paso un ministro del emperador y le dijo: "¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser mas sumiso y a adular un poco mas al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas".
Diógenes dejo de comer, levanto la vista, y mirando al acaudalado interlocutor intensamente, contesto: "Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador".
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Diógenes pensaba que la verdadera naturaleza humana estaba corrompida por los usos sociales. de ahí que, según se cuenta, caminara un día por las calles de Atenas portando una lámpara encendida y diciendo: “Busco un hombre”.
Cuando en otra ocasión clamaba: “¡Hombres, hombres!, y se le acercaron unos cuantos, los apartó con su bastón gritando: ¡He dicho hombres, no desperdicios!
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