Una obra de teatro en nuestra pantalla. A penas dos escenografías (la corte y una sala del jurado) actuaciones más que soberbias y Henry Fonda no solo fascinado, si no que también prestado en una de sus mejores interpretaciones.
A un joven con claros rasgos mestizos se le acusa de haber asesinado a su padre. Las evidencias y sobre todo los prejuicios dictan que el veredicto será cuestión de poco tiempo. Eso hasta que el jurado número ocho (Fonda) plantea algunas inquietudes. No solo la confusión, también el caos hace presa de los once jurados restantes.
La ira del jurado número tres (Lee J. Cobb), la inseguridad del presidente del jurado (Martin Balsam) y las cambiantes opiniones de los otros jurados no hacen sino reafirmar el asfixiante clima en que se delibera el destino de un ser humano.
Notable debut del director Sidney Lumet que no esconde su reconocimiento a la obra teatral en que se inspira la película (Reginald Rose, 1954). Inapreciable también el montaje que sofoca, inquieta y va captando con glorioso blanco y negro nuestra atención.
Una infaltable en la filmoteca de cualquier admirador de la justicia.
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