Esta conclusión que de ningún modo es una revelación para nadie se presta para más que un comentario, una reflexión de aquellas que pueden resultar demasiado sesudas y por tanto, no para todos atractiva. En mi experiencia la sentencia se cumple con muy pocas excepciones. Pienso que esta sensación nos queda pues al leer involucramos mucho más que al observar una pantalla. En este caso quiero recomendar algunos libros que por muy lejos son mejores que sus versiones cinematográficas. Ojalá les den ganas de leerlos:
Frankenstein: Obra de la inglesa Mary Shelley; apareció para nuestro deleite el año 1818. La historia ya por todos conocida, y esto es increíble, puesto que no es necesario haber leído el libro o haber visto alguna de sus tantas versiones cinematográficas para conocerla, nos habla de aquella antigua ambición de la ciencia que consiste en emular a Dios. En este caso, creando vida donde no la había. Aunque la mayoría de las personas asocia el nombre al monstruo, en realidad el apellido que le da el nombre a la novela es el del científico que se obsesiona en su afán por contrariar lo que dicta la naturaleza. Allí está la maravilla del relato; como un hombre puede llegar a perder ya no solo la cordura sino que también el control de sus acciones.
El monstruo; esa icónica imagen que habita en nuestra memoria (y que es el rostro del actor Boris Karloff caracterizado para las dos mejores películas que se hayan filmado sobre esta obra literaria: Frankenstein ;1931 y La novia de Frankenstein; 1935) no es sino el principal afectado por los aires de grandeza de su creador; repentinamente se ve lanzado a vivir una vida que no solicitó, cargando con un aspecto que no favorece en nada el camino a la satisfacción de las necesidades que se le van presentando. Estas frustraciones irán incubando en la creación del científico ya no solo desazón e incertidumbre, sino que además una ira que hacía el final del relato se volverá contra su propio creador.

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