Hay libros que me educaron políticamente, cuentos orientales que aún no terminan de develarme la profundidad de sus argumentos, los que alguien me regaló y me pidió que conservara; algunos con dedicatorias escritas y otros que trajeron historias de amor y olvido incluso antes de haberlos yo conocido. Muchos de los libros que conservo los compré en ferias libres o persas donde seguro muchos de los asiduos a leer habrán encontrado muchos de sus tesoros. Los míos traen frases escritas entre las hojas: mensajes de enamorados que intentaban extender los momentos compartidos por medio de dedicatorias y comentarios para el ser amado. En algunos conservo la boleta con que el dueño original marcó la última hoja que leyó...
También me encuentro con libros que compre en librerías; los hay de todos los tipos y temas, algunas ofertas y otros verdaderos atropellos al espíritu más conservador económicamente hablando. En mi país los libros nuevos todavía son muy caros; y aun así he cometido el despropósito de comprar algunos que desde niño soñé tener. De qué sirve crecer, trabajar día tras día si no puedes comprar aunque sea pedacitos de lo que alguna vez anhelaste. Eso pienso cuando los compró; además es muy poco probable que alguien, aunque me quiera mucho, se atreva a gastar lo que cobran las librerías por algunos libros.
La mayor parte de los libros que conservo no los he leído; principalmente porque apenas termino un libro, de inmediato pienso en alguien que tal vez querría leerlo y se lo regalo o a veces se lo presto y ya entonces los libros no vuelven más; pero esto no me molesta en lo absoluto; siempre tengo muchos libros por leer y estos de los que hablo son aquellos que vienen y van como las penas y las alegrías; algunos han estado mucho tiempo, otros llegaron apenas ayer. Tal vez no termine de leerlos todos, pero una cosa si es segura; no los amontono como si fueran ladrillos; de cuando en cuando los tomo, los limpio, reparo sus hojas y al menos los he hojeado unas cuantas veces en la vida.
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