El más joven estaba sentado en el paradero incluso antes de que el más viejo se decidiera a hacerlo. Cuando el más viejo dejó su inquieto paseo se sentó junto al más joven ya sin reparos puesto que el único recorrido de ómnibus que transitaba por aquel peladero parecía no tener para cuando. Se miraron los tatuajes en los brazos, la vestimenta que pregonaba su supuesta cultura de agresividad. Sin palabras, separados a penas por el espeso humo del pitillo de marihuana al que el más viejo daba las últimas pitadas.
No se conocían, por lo que no hubo palabras, solo el gesto; la mano erosionada que ofrecía una pitada, una mirada que a todas luces era una invitación; otra mano apenas herida que recibe; una pitada profunda, escupir al suelo y la tos; el más viejo también escupía tras sus pitadas pero él no tosía.
- Voy al trabajo- confesó por decir algo el más viejo
- ¿A las tres de la tarde...? con naturalidad inquirió el más joven mientras seguía tosiendo
- Me llamó el patrón que había pega en la obra hasta las seis- No hicieron falta más palabras
- Ahí viene la liebre- dijo el más viejo- se puso de pie, escupió por última vez y subió a la máquina.
- Qué le vaya bien maestro...gracias- cerró el más joven el encuentro
Después de algunos minutos pasó otro ómnibus; en silencio el más joven lo abordó.
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