Por precaución y para tener donde caerme muerto estudié en un liceo
industrial; me titulé de mecánico y fui por la vida a ganarme el pan de forma
definitiva. Hice la práctica y me quedé a trabajar algunos meses con un dos
grandes seres humanos, pero el taller era muy chico y los trabajos no daban
como para alimentar a tantos, razón por la cual me quedé, otra vez, con mucho
tiempo para gastar los zapatos dibujando calles. Sabía que trabajo no me
faltaría, además de la mecánica había aprendido ya varias cosas, poco a poco
comprendía que escribir era bastante más que una tontera mía, así que me tomé
algo de tiempo para volver a buscar un trabajo de esos que llaman estables.
Tomé bastante (hace rato que tenía edad para hacerlo) me pasé días
enteros en las bibliotecas públicas y en los centros culturales donde algo de
cultura gratis estuviera al alcance de mis ojos, mis oídos y mis manos y cuándo
a mi siempre ocupada madre, le pareció que era mucha la vagancia, y por una
sugerencia de mi entrañable amigo, Segundo Sangueza; fui a ver una posibilidad
que ofrecía una importante industria del área electrónica (necesitaban
egresados de liceos industriales). El país en el que yo había crecido estaba
listo para asumir todo aquello en que se había convertido y haber estudiado en
un liceo industrial me permitió presenciar en una ocupación preferencial aquel
cambio.
Me capacitaron para trabajar en los grandes centros comerciales que
por entonces se estaban democratizando y llegaban por primera vez a los barrios
periféricos. Nosotros; los testigos preferenciales del nuevo país que estaba
naciendo debíamos quedarnos en algo que traducido del inglés quiere decir patio
de comidas colocando vídeos cada un ahora en unas enormes pantallas que estaban formadas por cientos de televisores que actuaban
como monitores. Las personas que iban a comprar a esos enormes centros
comerciales podían servirse cuanta comida rápida quisieran por muy poco dinero.
Había espectáculos los fines de semanas y en fechas especiales...y a nosotros
nos pagaban por asegurar técnicamente de que la diversión nunca se apagara.
Aquellos fueron muy pocos años, pero fueron mi escuela para empezar a
comprender a una sociedad que yo nunca había frecuentado; la manera más
traumática de conocer que hay gente que se avergüenza de lo que no tiene y vive
para agradar a otros; el comienzo de un modo de vida que nos alejaría en gran
medida de lo que éramos hasta entonces. Al siglo en que nací le restaban muy
pocos años; la educación, la cultura y los sueños de tantos; serían a partir de
entonces solo buenas intenciones; porque no cabía duda; que el dinero y todo lo
que significa; sería el idioma que hablaríamos todos aquellos que respirábamos
a partir de ese instante.
Quizás fue en una micro vieja, o un paradero que hace las de quitasol, pero esta historia la había escuchado antes...
ResponderEliminar