En los últimos años del siglo xx pude conocer algo de ese mundo que tanto le debe a las políticas económicas que instauró la dictadura que por tantos años nos asoló. Trabajé en un centro comercial de la periferia y a pesar o tal vez, gracias a las infinitas distracciones, escribí mi séptimo cuadernillo: Cuadernillos de Fin de Siglo. Pues bien; me pregunté no pocas veces qué era todo eso que estaba presenciando; intenté equipararlo a los mundos y las gentes que había conocido antes; pero no era posible; éste era un mundo nuevo y con él; nuevas gentes que ya nunca más serían llamadas pueblo.
La economía bullía, las ciudades crecían, el crédito multiplicaba los panes, las gaseosas y los electrodomésticos; surgían nuevos espacios para la cultura enajenante de siempre y era más fácil que nunca ser quien uno quisiera ser. Las personas que en aquellos años conocí, definitivamente nunca más serían pobres. Los bienes de consumo nunca estuvieron más al alcance de las masas; había en el aire un aire de triunfalismo que nunca habías respirado y no solo eso; la promesa del desarrollo material con que otras naciones mucho menos afortunadas que nosotros soñaban al alcance de nuestras manos.
Quise acompañar a mis nuevos escritos de algunos versos que me gustaban de cuadernillos anteriores y de textos que había escrito cuando dejar de ser nosotros mismos era a penas una amenaza. Terminábamos el siglo de la manera soñada y yo, el irreflexivo andaba con mala cara por los pasillos de los nuevos templos...los que por entonces me conocieron no me comprendieron, yo tampoco los quise comprender a ellos; ahora, muchos años después los comprendo pero no los justifico. Todos cambiamos mucho a partir de entonces.
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