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Ahora resulta que todos somos inocentes

No es que el ladrón alguna vez haya dejado de robar por necesidad; es que la sociedad tiene la culpa. Del fracaso de aquellos que nunca aprendieron que los logros se alcanzan con esfuerzo, la política populista tiene la culpa; del bajo desempeño en los estándares de conocimiento, el desinterés y la falta de compromiso de las familias son los únicos responsables y de nada se culpe a los maestros que ya no quieren ser maestros.

Las fuerzas del orden no pueden poner orden si es que los jueces no entienden que los derechos de un hombre terminan en donde comienzan los derechos de otro hombre; los uniformados resulta que ahora también roban y de nuevo los que han robado desde siempre vuelven a ser presidentes; la culpa no la tienen ellos sino que aquellos que sabiendo como es la cosa siguen jugando un juego que no les pertenece.

La mujer gana espacios que otras mujeres con su banales discursos les desmerecen; y la culpa no es de ellas, es de aquellos hombres que no sabiendo comportarse como hombres dejaron sembrados en ellas campos infinitos de resentimientos. Los niños ya no sueñan porque el sistema los obliga a crecer demasiado pronto; a veces para competir y casi siempre para consumir; pero la culpa tampoco es de ellos, es de aquel que instauro aquello de que el que pestañea pierde.

La falta de fieles es por culpa de los ateos que andan pregonando ideas pecaminosas como aquello del aborto y la disolución de la familia; de ninguna manera de los curas que son tentados por el demonio cuando abusan de quienes en ellos han depositado su confianza; ni de la desfachatez de aquellos que todavía creen que el motivo de su fe algún día entrará en los enormes templos que ellos construyen para ver quien tiene la fe más grande.   

Y los amagos de guerras son culpa de los terroristas que no quieren reconocer las fronteras peregrinando en los mares o en los desiertos en busca de un poco de humanidad, no de los egolatras que ostentan su poder haciendo aspavientos del poder de sus misiles. La falta de dignidad, de amor y de solidaridad es de los otros; de nosotros de ningún modo. El problema no está en que seguimos adoleciendo de los males que nos han afectado desde siempre; el problema está en que ahora resulta que todos somos inocentes.


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