Un titulo provocador; una duración que pone a prueba a aquellos que les aterroriza perder el tiempo; diálogos tan eternos como profundos, irónicos y a ratos hermosos; todo esto y más contiene la que no caber duda es la mejor película de Jean Eustache. Revisión de los lugares comunes del pseudo intelectual, temprano desencanto ante lo que nos prometen algunos momentos estelares del pensamiento humano, ensayo y error de aquello que anhelamos pero una vez conseguido no hace sino deprimirnos.
Alexander (Jean-Piere Léaud) es un "pensador" parisino post mayo del 68; goza del soñado privilegio de vivir para la contemplación artística y cultural gracias a que las mujeres con las que se relaciona trabajan; él no trabaja, el siente y toma partido frente a las profundas incoherencias del actuar humano. Marie (Bernadette Lafont) vendría a ser algo así como la madre, pues "comprende", "ayuda" y mantiene a Alexander y la recién conocida Veronika (Françoise Lebrun) la auto definida puta pues presume de un liberalismo que se desmorona ante su evidente fragilidad.
Es una película muy importante dentro del cine francés, un privilegio para aquellos que a pesar de que dura casi cuatro horas y en ese tiempo no ocurre casi ninguna otra cosa que sean conversaciones (en un café, en la cama...siempre lo esencial son aquellas cosas que los personajes se dicen) secundarios (entre los que aparece el mismísimo director de la película) que no son más que eso, secundarios, la profundidad, los dilemas y la emoción son derecho y facultad de estos tres protagonistas que tras el visionado de la película se nos tornaran inolvidables.
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