De aquellas películas inolvidables y sobre las cuales cae una temprana e inexplicable censura. Si bien es cierto, debemos comprender que el protagonista de esta película es un niño de tres años que se niega a crecer desilusionado ante el mundo de los adultos, el personaje psicológicamente va creciendo y sin remedio al parecer alguno, cada vez es testigo de más situaciones que le van condicionando su deseo a crecer.
Inferior como casi siempre pasa con los grandes libros adaptados al cine, El tambor de hojalata es una película que se debate entre un realismo gris de pre y pos segunda guerra mundial y el realismo mágico que reposa en un niño que decide arrojarse de cabeza a un subterráneo para no crecer más. Las infidelidades, la mediocridad y un vacío que no llega a ser demasiado desarrollado en la película (no así en el libro) son los detonantes de una historia más que triste; extrañamente fascinante donde podemos ver representadas en un niño las dos cars de la Alemania Nazi.
Los personajes principales son trágicamente magnéticos, los colores y el uso de la música nos envuelven y entregan suficientes estímulos como para no dejar de mirar una película repleta de imágenes tanto icónicas como imborrables. La búsqueda constante de una vida, el desgaste de la rutina, amores no correspondidos, la sensualidad y la sexualidad como parte ineludible de la condición humana, la dignidad de los marginados y un mundo donde los enanos no deben dejar de encontrarse. Un deleite, sobre todo a partir de un segundo visionado. Es de aquellas películas que vistas solo una vez puede ser que no lleguemos a comprender del todo porque está repleta de simbolismos tan graciosos como deliciosos; de aquellas películas que se atesoran e invitan a leer más.
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