
Esta revolución de muchos fue una cosa
buena. Fue causa e inspiración de no pocos movimientos de independencia en las
colonias que hasta entonces pensaban que era lo más normal que los reyes lo
controlasen todo a la distancia. De saber cosas, hace rato que las venían
sabiendo, pero dicen que la costumbre es fuerte y que no es fácil cambiar de la
noche a la mañana lo que se ha creído acertado por años. Sin embargo, en
Francia fue posible; lamentablemente los pensadores no tardaron demasiado en
tener ideas distintas los unos de los otros y así fue como aquellos que
lideraron en un comienzo el movimiento terminaron sus horas en las mismas
guillotinas donde habían dado por terminadas las dinastías que en la naciente
Edad Moderna ya no existirían.
Fue un caos todo aquello; se instauro la
extraña costumbre de que la revolución casi siempre termina por devorar a los
revolucionarios que le dan vida, la libertad suele tener un muy alto precio que
alguien inevitablemente debe pagar, que los hombres somos todos iguales, pero
siempre habrá hombres que son más iguales los unos con los otros y la
fraternidad dura lo que llegue a durar la conveniencia entre aquellos que
mandan y quienes se dejan mandar. Sin embargo, en modo alguno sería aquel el
fin de los revolucionarios ni el de las revoluciones. De tiempo en tiempo las
ideas nuevas hacen para bien o para mal el trabajo que la tradición se niega a
hacer.
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