Si bien es cierto, la revolución del
neolítico fue algo grande porque los seres humanos entendieron que no había
necesidad de pasar hambre teniendo la humanidad tantos recursos naturales a su
disposición, además de bastas tierras para sembrar, los ríos no tenían dueños
todavía y a nadie le hubiese parecido que el agua se pudiese acabar. Grande sin
duda, pero no tan grande ni tan importante para el mundo al cual lo conocemos
como el momento en que revolucionarios ingleses llegaron a la conclusión de que
la fuerza bruta de animales y clases sociales menos privilegiadas podía ser
reemplazada por la fuerza de las máquinas.
El vapor en los motores
lo vino a cambiar todo. La productividad de las grandes naciones de Europa se
incrementó y las materias primas de África, el centro y el sur de América nunca más les pertenecieron a sus dueños originales.
Habría que ver cómo es que la economía, los usos sociales y el trato entre
seres humanos cambio al grado de que el mundo que era ya nunca más pudo ser el
mismo.
Sin embargo, la codicia
de unos pocos se impuso a aquellos que no podían presumir de tiempo ni cabeza
para los estudios, multiplicó la desconfianza entre los poderosos que temían y
recelaban del progreso de los otros.
Pudo ser bueno, pero al igual que durante
el neolítico prestamente se levantaron cercas que diferenciaron las tierras de
las industrializadas tribus, se condenó a algunos animales a servir de por vida
a quienes demostraron ser más que racionales, más bestiales y poderosos en esta
revolución industrial que le llamaron. El progreso quedó en las manos de quienes
demostraron poder ignorar sus propios escrúpulos. Se convirtió a los que tenían
menos en bestias haciéndoles cumplir con inhumanas jornadas de trabajo y como
nunca el humano demostró que mientras más bienes tenemos, más es lo que nos
diferenciamos.
Entonces fue que Carlos Marx y
Federico Engels hicieron público
cierto manifiesto que intentando denunciar la deshumanización de las sociedades
burguesas dio inicio a un mundo donde la natural dinámica de las clases
sociales no podría ser ya nunca más lo que hasta entonces había sido. “Obreros del mundo únanse…” fue la
consigna que en tantos lugares prontamente sería no solo escuchada, sino que,
pondría en serios aprietos a quienes por medio de su intelecto y sus ejércitos
se habían colocado en la cima de la cadena evolutiva.
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