Por aquel
tiempo en que los animales no formaban aún parte significativa de mi
alimentación tenía con ellos una relación, por decir lo menos, sentimental.
Recuerdo que a los seis años y tras varios meses sin ver a mi hermana mayor -
por estar ella en un internado de niñas y yo recluido en la casa de mi abuelita
materna – nuestra mamá me había ido a buscar para que la fuéramos a ver.
Mi hermana nos estaba esperando en la casa
de una tía; el tiempo de partir se me venía encima, yo no sabía que regalo
podía llevarle a mi hermana; habiendo estado recluido en casa de mi abuelita no
eran muchas las posibilidades que se me ofrecían.
Vi entonces los pollitos que
a montones caminaban en el enorme patio de la parcela; envolví rápidamente uno
en un papel de diario y lo guardé en mi bolsillo. Apenas podía contener la
emoción según se acercaba el momento en que vería a mi hermana, viajamos de una
comuna a otra haciendo el habitual trasbordo de micros; tras un par de horas estaba
parado frente a mi hermana; saqué muy contento mi regalo del bolsillo y cuando
ella lo abrió me miró por única vez en su vida con severidad. Al parecer mi
cara al ver el estado del regalo bastó como valedera explicación de aquella
barbaridad. Si mal no recuerdo me explicó que los animales también cuentan con
nuestras debilidades (necesitan respirar por ejemplo).
No sé si me lo inventé o en realidad pasó;
pero cuando mi mamá se enteró me compró una goma de borrar con forma de pollito
para que se la pudiese regalar a mi hermana.
Comentarios
Publicar un comentario