Una obra maestra que, indudablemente, es el resultado de años de intentar expresarse por medio del cine. Una película crepuscular que encandila a la vez que emociona. Teatro en celuloide, manejo de silencios y de colores y otra inevitable excusa para asegurar que Akira Kurosawa, sin lugar a dudas, se encuentra entre los mejores directores de cine de la historia. Esta co-producción entre Francia y Japón revisita algunas leyendas japonesas y la clásica obra escrita por William Shakespeare Rey Lear. Se permite licencias artísticas que claramente la enriquecen y aportan a una fascinación muy difícil de describir.
Las traducciones más acertadas de la palabra ran serían caos o miseria; ambas definen muy acertadamente lo que presenciaremos a lo largo de algo más de dos horas en las que profundizaremos, de la mano de un verdadero maestro, en las emociones sublimemente representadas por un grupo de actores que son magnéticos a la vez que aborrecibles en sus interpretaciones. Magnéticos a la vez que aborrecibles por que nos atraen y les odiamos insertos dentro de esta ficción donde el caos nos estremece y la miseria humana nos desgarra el alma.
Estamos ante una película donde la vestimenta, el uso del color, los diálogos nos mantienen cautivos. Una historia de caídas sin redención, donde la codicia, lo que se entiende por amor y lealtad se ve terriblemente trastocado, donde lo que no se espera ocurre y lo que se espera no acaba de llegar nunca. Es de aquellas películas que mientras más veces se ve, más se valora, como los buenos libros o las buenas obras en general; aquellas que atesoramos y necesitamos volver a revisar de tanto en tanto. La trama no la cuento porque hay verdaderos expertos en hacer eso, yo dejo aquí solo otro comentario de películas, como quién ve una maravillosa puesta de sol y sueña con que otros y otras, con mayor sensibilidad, también la puedan ver.
Comentarios
Publicar un comentario