Aveces lo imponderable, la estupidez humana o lo menos pensado nos obliga a quedarnos quietos. Lo que no esperábamos, las circunstancias que nunca imaginamos cuando anhelábamos bajarnos, aunque fuese por un rato del mundo. Pero ya ven, hay tiempo al que nos vemos forzados.
Tiempo para temer (como si no naciéramos, viviéramos y muriéramos teniendo miedo), para obligarnos a mirar de nuevo a la cara a quienes viven con nosotros pero habitan en otro espacio, tiempo para retomar lo que habíamos dejado postergado.
Tiempo para extrañar, para darse cuenta que a aquellos que pudimos visitar, hace rato que no los visitábamos y que en este obligado tiempo nos gustaría demasiado visitar. Para pensar en los otros, en esos cotidianos condenados y condenadas que cumplen penas junto a nosotros.
A quienes no anhelan, quienes no reconocen tener miedo, quienes no quieren nunca (o no pueden) mirar a los ojos, quienes no tienen tareas ni sueños pendientes, quienes no extrañan ni muestran de modo alguno sus verdaderos sentimientos.
A quienes no se ven nunca reflejados en los otros condenados que cumplen pena junto a ellos porque es mucho más seguro no creer ni confiar en nadie. Negarse a la más mínima expresión de debilidad en esta penitenciaría que todos habitamos, pero que no todos pueden ver.
Comentarios
Publicar un comentario