David Cronenberg es un director canadiense no apto para personas de estómagos sensibles. La Mosca es su película más exitosa y es un remake de una película de 1958. Este es uno de aquellos extraños casos en que la película rehecha es mucho mejor que la original. ¿Ciencia ficción, terror, una historia de amor...? las tres y ninguna; es una película incomoda (como lo son la gran mayoría de las películas de su director) con actuaciones memorables por parte de la pareja protagonista (Jeff Goldblum y Geena Davis).
Va sobre un científico demasiado seguro de sí mismo, de una periodista que se enamora de ese científico que más allá del placer le dará más de alguna pena y cómo no, una que otra preocupación a la luz de un experimento fallido que fusionará el cuerpo del, a esas alturas, imprudente científico (algunos culparán a la inseguridad que no pocas veces trae consigo aquella extraña enfermedad llamada amor) con el de una mosca. En la versión original Vincent Price (que encarnaba al hombre de ciencia) sufre de una vez las consecuencias de la mezcla, en el caso comentado en esta entrada, la cosa es tan lenta como dramática.
Una metáfora de la vejez, la descomposición del cuerpo y de las relaciones, un cóctel amargo de efectos especiales que gozaron de un más que justo reconocimiento, pero sobre todo una historia que el espectador no olvidará jamás. El despliegue de emociones no puede dejar a nadie indiferente, la tragedia de amar a aquello que se va descomponiendo hacen de la experiencia bastante más que la sola visión de una película de terror. Es una obra que al día de hoy (34 años después) fascina y sorprende a quienes logran separar la ficción de lo real, a quienes superan el asco que puede conllevar el arte cuando se propone hacernos transitar por senderos de emociones y reflexiones nada fáciles de transitar.
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