*
La
infancia es la mejor estación de la vida; lo vine a comprender cuando ya era
adulto. No importa cuánto nos cueste transitarla, nada se compara a la
indecible libertad para soñar con que contamos en aquellos años. Cuando somos
niños creemos que el mundo es apenas un pueblo muy ancho donde caben todas las
personas, sus amores y sus desamores; poco sabemos entonces de las fronteras,
ni de las humanas ni las del pensamiento.
Aunque a veces llegamos a odiar la pobreza
o las enfermedades con que muchos de nosotros crecimos, cómo brotan los
recuerdos cuando añoramos la calle de la infancia, las jugarretas, los amigos.
Cómo se nos llena de imágenes el telón de los recuerdos y entendemos que, a
nuestra pieza (si es que la tuvimos o en ella estuvimos que estar muchas veces
inmovilizados) muy pocas de las preocupaciones que de adultos nos agobian
podían entrar.
Cansados a ratos del civismo y los deberes que nos agobian siendo adultos, inevitablemente terminamos por comprender que la infancia, no importando cómo fuera, ha sido y será para todos nosotros un periodo difícil de comparar con los otros tiempos que transitamos en aquel camino tan lleno de altibajos que llamamos vida.
**
Cuando
yo era niño gozaba de una muy saludable locura. Ordenaba mi mundo interior en
base a la irrealidad; a veces era un caza recompensas como los del espagueti
westerns, a veces un mafioso, un superhéroe o un experto en las artes
marciales; todo esto claro está, en mi mente. En el mundo real no era mucho más
que un niño que empujaba un carretón recogiendo diarios y cartones o ayudando a
las señoras que iban a las ferias a cargar sus bolsas por algunas monedas.
Dibujaba la mayor parte del tiempo
historietas, imaginaba que dirigía películas y de vez en cuando hasta las
actuaba. Plegaba hojas de papel blanco en cuatro partes y diseñaba, tras
recortar la hoja, carteleras de películas que únicamente eran exhibidas por las
tardes para mí. Recortaba autos, explosiones, personas y todo cuanto pudiera
encontrar en los diarios para la producción de aquellas magnificas películas
que se proyectaban casi todas las tardes sobre el cubrecama o sobre el mantel
de la mesa para preocupación de mi madre que, no poco alarmada me veía durante
horas hablar con nadie moviendo papeles con los dedos. No recuerdo haber tenido
alguna vez otros juguetes que no fueran estos recortes que guardaba en grandes
sobres de papel diligentemente escritos y ordenados según su contenido.
Publicaba una edición semanal de una
revista dedicada a informar acerca de las películas que preparaban tres
compañías cinematográficas archienemigas la una de las otras. Todo aquel mundo
cabía en mi imaginación por entonces; yo era el autor de los guiones, dirigía
las películas, escribía, dibujaba y pintaba todas las crónicas de una revista
que únicamente yo leía.
No necesitaba salir a jugar en aquel tiempo a la calle, todo aquel mundo estaba ahí al alcance de mis manos. Era un tiempo en que fui muy feliz. Sólo me apena no haber sido más precavido. Los dibujos, los sobres con recortes constantemente fueron a parar a la basura cuando mi mamá o mis hermanas ejecutaban aquel tifón que se conocía como el aseo profundo. Decían que era para que no me volviera loco, para que estudiara más y también para que fuera a trabajar porque esas sí que eran cosas importantes. ¿Valdrá la pena recordar esta parte de la historia? Me quedo con la alegría de aquellas tardes, con la locura aquella de seguir recortando diarios cuando me botaban, con las películas que imaginé y solamente yo podía ver.
***
Mi
segunda conciencia tuvo que ver, principalmente, con entender que la infancia
está repleta de momentos especiales, hay que buscarlos en el recuerdo. Tengo la
firme idea de que los niños y las niñas aprenden de cualquier modo a ser
fuertes, que la ingenuidad nos salva del peso de lo que es real. Jugando a una
o a otra cosa crecemos y nos mantenemos vivos y riendo; reímos como el mejor
conjuro contra la mala infancia: el trabajo infantil, el hambre, el maltrato
físico y sicológico...todo aquello debiese terminar por ser menor en el
imaginario infantil. Pudimos haber estado en la peor de las condiciones
sociales en aquellos primeros años de nuestras vidas, pero entonces, sé que
algo hubo que tarde o temprano terminará por reconciliarnos con nuestra
infancia.
Recuerde, escudriñe en donde sea necesario
y descubrirá con emoción que la infancia fue, es y será siempre la mejor de las
estaciones que nos toca vivir.
Ser niños es correr enfermos de energía,
creer que podemos vivir en palacios, montar caballos de madera, mirar al lejano
oriente sobre la rama de un árbol, abrazarnos a nuestras hermanas y hermanos,
llorar con aquella valentía con que nos abrazábamos y llorábamos solo cuando
éramos niños o niñas. Haber sido niños es haber sido felices; terminan por no
importar la pobreza material y los sufrimientos, las semanas en cama o el
cansancio por aquello de haber empezado tan temprano a trabajar para ganarse el
pan. Sé que no puedo estar tan
equivocado; vamos, atrévase a ser valiente, a busca hasta en el más recóndito
de los bolsillos que oculta en el recuerdo; sé que algo digno de recordar
encontrará.
Comentarios
Publicar un comentario