La semana pasada dejé de obviar esa edición de bolsillo de Viaje al centro de la Tierra que gentilmente alguien que me quiere mucho y que sabe que me gusta leer me compró hace algunos años. Es una edición muy elegante, orgullosa advierte que contiene la obra completa y la había estado obviando convencido de que estas lecturas de infancia no tenían mucho que hacer entre las urgentes lecturas que me aquejan por estos días. Ya antes escribí un poco sobre Julio Verne. Intenté reseñar las tres novelas que más me habían marcado en aquellos años en que las responsabilidades eran menos y las ganas de soñar eran más. Decidido y convencido de que esta aventura que no me había permitido ni antes ni ahora sería una aventura que se viviría rápido, no en vano es sabido lo entretenido que suelen ser los libros del inolvidable autor francés.
Cincuenta páginas al día de un total de trescientas veintidós, subscriben la lectura a alrededor de seis días. Seis días en que el acto de leer me remontó de nuevo a aquel ritual tan esperado durante la infancia. Es un libro plagado de conceptos científicos que no tengo por que conocer pero que me resultan familiares, un sobrino que admira y teme a su tío (que es un connotado profesor) en dosis iguales, un guía que habla muy poco pero que sabe mucho, un amor que espera y la incertidumbre de quienes van tras la experiencia de comprobar sus respectivas hipótesis acerca de las características de aquel centro de la Tierra que ya fue visitada por un sabio de aquellos que de tan antiguos ya han sido un poco desechados.
No me deja de sorprender que estos clásicos de más de cien años sigan siendo todavía mucho más fascinantes que sus adaptaciones a cine y televisión. Lo he planteado y sostenido reiteradas veces y lo sostengo aún ahora. Me gusta el cine y las series que cada vez son mejores pero evito ver las adaptaciones de los libros que quiero leer. Un ejercicio poco práctico tal vez para las nuevas generaciones pero una necesidad muy justificada para quienes crecimos leyendo en papel y no en las cada vez más omnipresentes pantallas. Espero que quede claro que recomiendo la lectura, en cuanto puedan, de este libro y de cualquiera que se le parezca. Es un buen remedio para tiempos en que la salud de nuestros pensamientos están en un innegable peligro.
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