Nuestro país por aquellos años no era un país feliz, después nos enteramos que no fue para todos igual, pero insisto que, para la mayoría de los pobres, por aquellos años nuestro país era un país muy triste. No se podían decir ciertos nombres, no se podían escuchar ciertas canciones ni ver ciertas películas. Los milicos nos tenían a todos de rehenes argumentando una guerra que gracias a ellos se supone que no existió. Las noticias en la televisión mentían, los diarios mentían, las radios también mentían...pero nadie debía decir nada; algunos hablaban, pero eran silenciados y los que podían hablar no se atrevían. Estas cosas nos las contaban, muy bajita la voz, algunos adultos que se negaban a estar tristes.
Aquellos que vestían uniformes se creían en aquellos años los dueños de la patria, pero no sabían que ellos nunca fueron dueños de nada; los dueños eran y son otros; ellos, los verdaderos dueños, usan la prepotente ignorancia de los uniformados contra los más desprotegidos. Así ha sido casi siempre y únicamente una educación de calidad puede evitar que esto siga ocurriendo.
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Los militares habían llegado al poder inconstitucionalmente y de igual manera permanecían en él. El hecho de crear una Constitución con la que, para algunos, lograron validarse no los hizo ni nunca los hará constitucionales.
Se supone que se habían pronunciado en un tiempo de agitación social con el fin de imponer el orden. Yo no entendía mucho y entender no era importante para la mayoría de los adultos que por entonces frecuentaba. Aun así, sabía lo que pasaba; mi conciencia despertaba en las calles de un país sometido a sus propios miedos. A propósito de esto, recuerdo una anécdota: cierto día del año 1986, estando en clases, comenté delante de mis compañeros y compañeras de curso que en nuestro país había una dictadura y que mataban gente; hubiesen visto la pálida cara de la señora Marta, nuestra profesora; hubiesen escuchado su posterior conversación a las afueras de la sala acerca de lo peligroso que era hablar de estas cosas, de que lo más seguro era quedarse callados.
De esta manera sobrevivía la mayoría en aquellos años; callando tanta infamia y tanta injusticia. Éramos un país donde poco a poco recuperaban el poder quienes desde siempre lo habían tenido; poco a poco comenzaron a perder prestigio los militares, a organizar de nuevo la patria y la economía aquellos que siempre fueron muy ricos, pero que se hicieron aún más ricos con el sudor y no pocas veces la sangre de aquellos a los que hicieron callar.
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“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: OPRESORES Y OPRIMIDOS...” escriben en su Manifiesto Comunista Carlos Marx y Federico Engels.
Para mí fue una verdadera revelación descubrir entre mis lecturas a estos pensadores. Por supuesto a los diez años no es muy fácil entender lo que significa el comunismo y su real magnitud; pero ya intuía que una verdad histórica esperaba para ser develada, estudiada y cuestionada en el contexto de un libro que, siendo tan delgado, fue capaz de poner de cabeza a medio mundo.
Existían lejos y a veces ni tan lejos los poderosos, llamados por algunos la burguesía; los que todo lo tienen, los ricos, Cuando somos niños y somos pobres. La mayoría soñamos en algún momento con ser ricos y quién lo diría; la riqueza material de algunos cuesta el hambre, el frío, el miedo, la escasa salud, las malas viviendas, la desesperanza de tantos otros seres humanos que a pesar de que tanto les falta no hacen otra cosa que soñar. Soñar con ser alguien, soñar con el paraíso donde dicen que irán los mansos, soñar que algún día de verdad seremos todos tratados como seres humanos.
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El dinero en exceso, el poder económico y político perjudican esa cosa maravillosa que los sentimentales llaman corazón. No todos los ricos son gente mala; de hecho, hoy tengo la certeza que algunas personas que tienen mucho dinero están muy lejos de aquella caricatura de maldad que malentendí cuando era niño. Lo que no puede ser rebatido es la pobreza intelectual, o de espíritu si es que se prefiere. Aquella pobreza que afecta sin discriminar a quienes tienen muchos o pocos bienes materiales.
Los que desde siempre lo han tenido todo ¿cómo podrán comprender lo que es no tener casi nada? Esta es mi tercera conciencia: hay en el mundo personas que tienen mucho y seres que no tienen lo necesario para vivir como personas. Aquella minoría que ostenta el paraíso de la Tierra desde siempre se las ha arreglado para mantener conforme, resignados y engañados a toda aquella multitud humana que trabaja día tras día para hacerlos a ellos cada vez más ricos.
Desde siempre ha sido así; y no es preciso ser un resentido para entenderlo. En aquellos lugares en que triunfaron las revoluciones que los desposeídos se inventaron, otros fueron los que ocuparon las vergonzosas cúpulas del poder, los que privaron a las mayorías de sus derechos, de la libertad de ser y de pensar de manera disidente. No pocas veces aquellos que eran nadie, al conseguir algo de poder, olvidaron cuales fueron los principios que les inspiraban. Temprano comencé también a entender que las clases sociales existen y existirán lo mismo que los grupos de poder existen porque la codicia es tan natural a los hombres como el soñar con las ganancias que otorgan las tierras y los recursos naturales de todos los lugares del mundo donde unos pocos se pasan el poder de mano en mano, mientras las mayorías siguen soñando con rozar al menos algo de los bienes materiales que cada vez nos definen mejor.
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