Pocas veces necesito volver a ver una película para comentarla. Imaginen cuando son tres. Cuando esas tres son películas que recuerdo con un entrañable respeto que, sin temor alguno, pudiese ser cariño. La primera vez que vi a Juliette Binoche fue en Bleu, la primera vez que vi a Julie Delpy fue en Blanc...a Irene Jacob, adivinan, la primera vez que la vi fue en Rouge. Era yo por entonces un adolescente y de las tres me enamoré. En un cuaderno de liceo guardé una foto recortada, no recuerdo de dónde de Julie Delpy que por cierto es la única de las tres que no es la protagonista de la película en la que aparece. Estas divagaciones que escribo no son más que preámbulos intentando dilatar el momento en que deba explicar que, más de veinte años después, me he vuelto a enamorar...pero esta vez del bello trabajo de Krzysztof Kieslowski, de la música de Zbigniew Preisner, las actuaciones, la relación entre las tres historias y los tres colores de la bandera francesa y sus altos ideales de libertad, igualdad y fraternidad que entre seres humanos suelen ser tan difíciles pero no imposibles.
En Bleu observamos el intento por desprenderse de su vida de una mujer que pierde a su esposo y a su hija en un accidente de tránsito. No puede lograrlo, intenta al menos librarse de todo sentimiento...tampoco lo logra porque es una buena persona, una persona que cree haber alcanzado, de la peor manera por cierto, aquella libertad que todos buscamos. En Blanc un inmigrante lo pierde todo debido a la imposibilidad de consumar su matrimonio. Se ve obligado entonces a empezar de nuevo desde lo más bajo, volver al lugar donde empezó y a recuperar a la mujer que, a pesar de ser la raíz de su desgracia, es la mujer a la que él ama. Todo esto en nombre de una igualdad que no ha sido nunca y nunca será entre las personas (mucho menos entre las de distinta nacionalidad). La trilogía termina en lo más alto, con la historia de una estudiante y modelo que atropella a la perra de un casi inexpresivo a la vez que desencantado juez retirado que oye las conversaciones telefónicas de sus vecinos. Juntos constituirán una de las más bellas amistades (fraternidad) de la historia del cine.
Tres instancias humanas, tres historias muy difíciles de olvidar tomando en cuenta las cotidianas decepciones. El más alto legado de un director que de algún modo pudo intuir que estas serían sus últimas películas. Es notoria la dedicación en cada una de ellas...el amor a sus personajes y a los detalles, el sentido del humor y la delicadeza con que fueron abordados los distintos personajes en las tres películas por las tres bellas actrices y por los actores que tuvieron a su cargo a los personajes masculinos. Mención muy, pero muy especial para Jean-Louis Trintignant que consigue un juez retirado que primero nos molesta y termina por enternecernos, que se re-encanta de la vida al mismo tiempo que lo hacemos nosotros que presenciamos en los minutos finales de la última de las tres películas una conclusión que no puede ser otra cosa que esperanzadora.
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