En uno de los diarios que una vez a la semana leo para saber algo de lo que supongo debo saber, ayer domingo, uno de los ingeniosos lectores que tienen la posibilidad de expresarse en la sección de cartas hizo alusión a las carpas que hay en la principal avenida de la pequeña capital de mi pueblo chico. Al describir el señor (que así le voy a decir para no tentar a las groserías) que quedaban pocos cupos en el camping que constituyen las carpas que han venido a ampliar las posibilidades de vivienda que los que habitan la calle acostumbraban a tener. Me atrevo a decir que pensé escribir una segunda parte a de una de las entradas más leídas de este blog: Casas de cartón. La cosa tiene sentido, un sentido mordaz tal vez porque la mayoría de las personas que ahora viven en esas carpas que, según el preocupado señor de la carta, ensucian y provocan desmanes, son vecinos nuevos, venidos desde el extranjero.
El señor que escribe la carta imagina que es responsabilidad de la Municipalidad dar solución a aquello que le inquieta. Yo imagino que el señor que escribe nada o poco sabe de las personas que intentan vivir en aquellas carpas. Imagino que es de aquellos que critican a la presidenta que trajo a unos obviando que el que ahora es presidente fue a buscar a los otros que han venido a aumentar la cantidad de carpas en el bandejón. Personas que buscan y esperan como tantas otras en su país de origen y en tantos paises de origen de esta maltratada América Latina. Conozco poco, pero los conozco, a algunos matrimonios que duermen ahí con sus hijos por las noches y que venden dulces en las concurridas avenidas y centros comerciales cuando es de día. Conozco a un hombre que se sube a la locomoción colectiva y explica que está desesperado, que no quiere sacar comida de la basura y sé que no pocas personas imaginan que exagera, pero yo he visto al menos a dos de sus compatriotas haciendo algo que yo imaginaba ya nadie tendría que hacer y que ellos hacen a vista y paciencia de las personas que vienen y van por esta y otras alamedas.
No son vacaciones este modo de vida, ni mucho más que sobrellevar el paso del tiempo a la espera de esos tiempos mejores que para algunas personas definitivamente tardan demasiado en llegar. Vivir con insertidumbre, con miedo a perder lo poco y nada que tienen, con calor y con frío.
He sentido vergüenza por poder hacer tan poca cosa. Comprar dulces o parches curitas, oírlos hablar de que no a todos los llegados les es tan fácil quitarles el trabajo a los naturales de este pueblo chico que le siguen teniendo tanto miedo a los extranjeros. Vergüenza porque son bastante más que carpas y grandes mochilas cargadas de ilusiones de esas que pocas veces se cumplen de la manera que se supone debiesen cumplirse que la ayuda que les alcanzan a facilitar los pocos y pocas que se acercan a las carpas a averiguar si hay algo que les haga falta y que por ellos podamos hacer.
A diferencia de los habitantes naturales de aquellos conjuntos de viviendas que desde siempre han estado oculto de quienes transitan las avenidas principales, estos nuevos vecinos son muy alegres y están ansiosos de tener alguna posibilidad de ganarse aquello que se les da. No tengo idea si algún otro lector o lectora del mismo diario le responderá al señor de la carta (lo hacen a menudo y por temas mucho menos importantes) sé que yo no lo haré porque no escribiría por nada del mundo una carta a un diario y me alegro de estar demasiado ocupado como para leer los diarios todos los días.Serán los días que pasen hasta que vuelva leer la próxima semana el diario los que dirán si alguien más se molesto o si yo soy el que le pone color al asunto.
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